jueves, 2 de octubre de 2025

Las Nuevas Confesiones de William Boyd

 


Probablemente soy propietario de 2.000 libros. De ellos, 1.500 sin leer. Durante muchos años he acumulado a un euro, ejemplares que llamaron mi atención en mercadillos y lugares de reciclaje. Creo que hubiera debido parar hace años, pero salió la oportunidad de comprar el piso de al lado y unirlo al que teníamos y construí nuevas estanterías, y compré otras, unidas a algunos muebles que quedaron. Por eso sigo acumulando; últimamente rescato (estoy muy pendiente de ello) libros que la gente abandona en los contenedores azules o, los más considerados con la lectura, al lado en bolsas. Me guía la excitación del cazador, y no tengo ninguna vergüenza de que nadie (o alguien) me vea estirando el brazo y metiendo lo que puedo la cabeza para atinar a alcanzar, o feliz, descartando de la bolsa los libros que de ninguna manera me interesan, para llevarme todos los demás.

No sé el contenido de lo que tengo, he comprado demasiado, ignoro el impulso que me motivó a traer algunos, hubo un tiempo en que no era selectivo y hoy desearía deshacerme de muchos de ellos.

A menudo, cuando un libro me rechaza por lo malo que es, me digo: si es que eres bobo, Juan, vas por ahí comprando libros que la gente ha descartado por lo malos que son, porque se han sentido estafados. Eres tonto, no lo hagas más.


Es cierto, seguramente muchos libros, que me han engañado porque eran de buena editorial, o porque me ha seducido la solapa, o las primeras frases, son decisiones erróneas mías. Me puedo consolar con que yo solo me gasté un euro cuando su comprador, o su regalador, se gastó dieciocho o veinte. Experimento con gaseosa, como dice el dicho que no sé si sabéis el origen (1).

Esto costó el libro en 1989 cuando alguien se lo regaló a alguien (según está escrito y fechado en sus primeras páginas sin texto.



No sé... a veces los libros, como una novela de Dashiel Hammet que abandoné recientemente, es que tienen demasiados personajes y mi cabeza ya no da para retenerlos todos y avanzar en la lectura. Puede que de más joven, con más capacidad de memoria inmediata, hubiera podido con él y llegado a una satisfactoria experiencia. A mis sesenta y un años necesito que las novelas tengan pocos personajes para que no me pierda: mi falta de concentración, las distracciones, los otros libros y personajes que me pululan, lo enmarañan y termino renunciando. Si solo tuviera cien libros sin leer probablemente atestuzaría y lo llevaría hasta el final. (el corrector me ha puesto en rojo atestuzar, por eso explico: la palabra la testuz puede ser la cabeza de un venado, de un toro, de un buey, de un bruto, y atestuzar sería tirar con la cabeza a cabezazos, apretando hacia adelante no con el más sofisticado elemento de pensar como un ariete).


¿Veis? Me disgrego, me entretengo, me disperso, mi avaricia por cualquier pensamiento seductor me aparta del recto razonar para un fin. Me creo muy interesante y no quiero desperdiciar genialidades, (debería poner comillas en esta última palabra).


Bien, todo esto parte porque tengo en mis manos un libro magnífico, que no sé por qué ni cuándo me compré (sí, es de la editorial Alfaguara) pero aparentemente no me lo hubiera comprado hoy, aunque voy a decir todo lo contrario: Fue (es) un acierto su elección y estoy entusiasmado con su lectura, y justifica todos los torpedos (compras que hice) que dieron “agua” en el lenguaje de los barquitos.

OTRA DIGRESIÓN: el juego de los barquitos lo solíamos practicar el primer día de clase, cuando los profesores se presentaban brevemente y nos dejaban solos. A veces algunos alumnos díscolos lo jugaban en plena clase, en pleno curso; yo no recuerdo haber sido tan desconsiderado o atrevido con un profesor hablando.



El libro se llama Las nuevas confesiones y es del autor William Boyd. Aunque solo llevo 50 páginas de 596 me he enamorado de sus impresiones infantiles de una manera que ya considero que no me decepcionará jamás, por lo que cualquier obra de este escritor pasará a formar mi biblioteca si la llegara a encontrar donde suelo buscar. Tampoco descarto ir a una biblioteca pública y sacar todo lo que haya de él. Respira verdad íntima. No hay nada más estimulante en la lectura que te cuenten o te sugieran tu propia vida, porque en esa excavación que es leer e imaginar aparecen tesoros de personajes o de excitaciones que te llenan de plenitud y reconocimiento. Te suben la moral, te dan placer y sientes el agradecimiento hacia esa persona que supo desnudar tan bien su alma para ti.

Seguiré buscando libros que comprar aunque por cada veinte que traiga solo encuentre uno como Las nuevas confesiones.

ME QUIERO.


(1) sobre los experimentos con gaseosa. Alguien quiso patentar una botella para champán que pudiera cerrarse como las antiguas botellas de La Casera. Tomaron un caro espumoso para hacer la prueba y fracasó, se rompió o se derramó. Por eso esa frase que quedó. Experimentar con algo que tenga poco precio.


2 comentarios: