Estoy leyendo un magnífico libro publicado por Espasa Calpe en 1930 llamado "Lejos de las alambradas" y subtitulado diario de un prisionero en Siberia. Alguien lo dejó junto al contenedor de papeles en compañía de otros que subí a mi casa.
Pensaba yo al principio que sería uno de esos de los Gulag de Solsemitzin, pero viene de la primera guerra mundial. Narra la espeluznante experiencia de un joven de 17 años que se ha ido al frente voluntario para agradar a su padre que es militar en la Marina. Comienza narrando su herida en la pierna y la pérdida de conocimiento de este muchacho que está en caballería luchando en el frente del Este, contra los cosacos (creo que los cosacos son ucranianos) encuadrados en el ejército ruso.
Ha caído del caballo y le capturan, un compañero alemán, también capturado de nombre Schmidt II, trata de auxiliarle y le ata de alguna manera la pierna para cortar la hemorragia.
Si brota la sangre, mi muerte es segura; pero si solo mana... Y Schmidt II, como si hubiera leído mi pensamiento, repite: "Sólo mana..."
Los cosacos le toman prisionero y lo evacúan porque es un alférez. Comienza una penuria de hospitales, descrita con mucha amplitud, también la posible amputación de la pierna y muchas muertes a su alrededor.
La gran limpieza matutina no suele comenzar hasta eso de las ocho. Solo entonces examinan los enfermeros las camas y se llevan a los muertos. Y cuando voy, cuando tengo que ir, yacen todavía todos como murieron. Y no hay una mañana en que no tenga que pasar delante de diez o doce muertos para llegar a la puerta de la larga sala. A veces extienden sus brazos o sus piernas como quedaron en los movimientos convulsos de la agonía, de modo que a penas dejan paso libre entre ellos. Algunos yacen desnudos en el suelo, otro casi cuelgan de la cama; muchos con la boca ensangrentada permanecen rígidos como en el grito postrero. Casi todos, con los ojos abiertos, parecen mirar de forma extraña. Porque los enfermeros, desde el momento en que se enteran de que uno va a morir, no se preocupan de él para nada, y lo dejan que muera como pueda, como una fiera en el campo.
Yo, que ya soy viejo y la vida me va enseñando la mecánica de los cuerpos, considero, más que lo hubiera hecho antes, la parte médica de las guerras; también reflexiono sobre la logística de tomar los heridos y llevárselos a unas dependencias de cirujanos carniceros y abnegadas enfermeras voluntarias. Al principio en compañía de heridos del bando ruso, con quienes comparten los vendajes, las suciedades, los vómitos, los alaridos, la falta de analgésicos y las gangrenas que antes de la penicilina del doctor Fleming hacían que muchas heridas fueran incurables.
Y me paro a comentar y a reflexionar sobre la estúpida crueldad de la primera guerra mundial tan conmemorada por todos los municipios franceses, en todas las plazas, iglesias y catedrales, que hemos fotografiado por doquier.
Y todo esto arrancó a suceder porque unos nacionalistas serbios, mataron al archiduque Francisco Fernando en Sarajevo, entonces Austria declaró la guerra a Serbia, y como todos tenían aliados se vieron implicados Francia, Inglaterra, Australia, Rusia (hasta Portugal) y por otro lado el imperio austrohúngaro Alemania y el imperio Otomano, que me salgan ahora en la memoria. Un montón de madres perdieron a sus hijos, otro montón de amputaciones, cuántas locuras por lo traumático de la experiencia... Hasta a los españoles nos mataron al gran músico Enrique Granados a consecuencia de un torpedo alemán.
No cabe duda de que la guerra estaba prevista y los gobiernos de los países estaban deseando un pretexto para desencadenarla. La mayor carnicería de la historia hasta entonces, la Gran Guerra, tan acertadamente narrada por Kubrick en Senderos de Gloria.
Es bárbaro, incomprensible, leer cómo unos países de los más civilizados y prósperos del mundo fueron capaces de sacrificar a sus juventudes por causas como los nuevos invitados al colonialismo o las revanchas de la guerra francoprusiana de 1870; o no sé qué, porque no lo entiendo, solo gracias a que algo encendió lo que, al parecer, todos estaban deseando.
¿Y la caballerosidad y las convenciones de la cruz roja o del derecho internacional de la guerra, que hacen atender, empleando un montón de recursos sanitarios de 1915, a las personas que un minuto antes intentaste matar?
En mi vida del siglo XXI atravieso Francia o Portugal, o voy a Italia en avión, libremente, y la gente es igual, tratan de entenderte, de servirte bien además, somos humanos, europeos, nos mueve la cultura y el placer de admirar y ser admirados. Causa estupor que hace cien años solo pensáramos en cuando nos mataríamos la siguiente vez.
Creo que yo hasta podría entender una guerra de religión, (el autor del libro, Edwin Erich Dwinger, se extraña y se mofa de que los popes rusos representantes de Dios como los alemanes pidan la victoria de nuestras banderas y clamen contra el enemigo)
Dificilillo es el punto ... a lo mejor nos resuelven el problema Dios y San Pedro en un rato de ocio.
Puedo entender hasta la guerra civil española, pero una guerra en que nadie se conoce.., porque la gente no había viajado ni sabía de geografía como ahora, ni siquiera se conocían entre sí toda clase de rusos y asimilados, o entre todos los austrohúngaros que tenían que luchar juntos sin saber por qué.
Creo, espero, deseo, que la democracia impida más guerras, al menos en Europa, donde parece más consolidada que en otras partes del mundo, y por el escarmiento de que haya sido el continente mas machacado por esta demencia puta de las supuestas razones de estado o de lógica geopolítica. Lamentablemente ahí tenemos ahora a Rusia, la cual seguramente alberga en su territorio a cientos de miles de ucranianos, matrimonios mixtos, familiares..., que se ha metido en una guerra por restaurar un poco el imperio soviético y zarista a mayor gloria del sátrapa asesino de Putin. Un recuerdo de su opositor Navaltny (también me acuerdo ahora de la cara, que no del nombre ya, de aquel señor de la guerra que tanto protagonismo tuvo al principio, -el que hizo un conato de volverse contra Moscú, y que al final se cayó su avión al suelo sin supervivientes-).
¡Qué barbaridad es la guerra y todas las patrañas que la rodean!

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