martes, 29 de octubre de 2024

Un nuevo viaje a Francia.

 

FRANCIA 2024

Eran cuatro años (desde 2020), de hambre visual. Mis ojos querían ver otra vez, en aventura, los ubérrimos campos tan finamente labrados, tan generosamente regados por el cielo; la religión de los mercados de productos frescos,(ya os contaré en Sarlat y Rodez) tan cuidadosamente expuestos, tan especiales; el urbanismo, y los monumentos catedralicios, palaciegos. Francia es rica porque tuvo y mantuvo, porque restauró desde hace siglos, y porque sigue restaurando y manteniendo vivo su patrimonio, y nos lo enseña, a menudo nos lo regala, porque es el primer país turístico del mundo, y sus buenas razones tiene, porque como decía mi padre "el que regala bien vende".

Afortunadamente uno no es capaz de imaginar toda la belleza que hay en cualquier viaje lejano frente a lo trillado y retrillado. Aun paseando por mis conocidísimas Cardeñosa o Béjar se me ofrecen sorpresas, ¿qué decir de otras provincias, regiones o países donde no he pisado nunca?. Durante los días de este viaje nuestro la agencia espacial europea lanzó un artefacto para ir ensayando pruebas sobre cómo desviar un bólido, meteorito o cometa, que un día pudiera volver a impactar en el planeta. Sería una lástima que nos tocara esa carambola cósmica antes de que destruyamos nosotros mismos la vida en la Tierra, así que bien invertidos los millones que se gasten en esa defensa.

Sería una lástima por todos los países, pero más que ninguno, por Francia.

Francia nos deja entrar gratis en sus catedrales, que son de propiedad y mantenimiento público. No hay ningún país que tenga tantas, tan altas, tan soberbias, con esos poderosos órganos. En este viaje volveríamos a ver la colosal de Rodez, que afortunadamente es una de muchas. Nos regala sus deliciosos canales, sus cristos crucificados a la entrada y salida de tantísimos pueblos, sus puentes floridos, sus explanadas, sus centros ciudadanos tan bien conservados, sus comercios tan elegantes; hasta nos regala sus plúrimos niños, que salen al recreo abarrotando el aire de gritos como bandadas de estorninos. Por cierto y por acabar con este prólogo, nunca he visto tantos estorninos como en Narbona, el pródigo campo francés alimenta a esa plaga de bichos negros que llenan de ruido y de cacas esa hermosa ciudad tan arbolada en torno a su canal.


Si los franceses no saben todavía cómo poder con los estorninos mal vamos. Aunque tampoco, especialmente en Narbona, han sido capaces de domesticar a los dueños de perros cagones. Desgraciadamente en esta bella ciudad hay que mirar tanto al suelo que pisas como a todo lo demás.


Sé que los quince o veinte años que me pudieran quedar de viajero no agotaré Francia; hasta dudo que pueda ver la mayoría de las bellezas de España, que por número y por cercanía me pudieran parecer asequibles.

Viajar es caro, aparcar viene siendo trabajoso, a veces imposible sin gastar mucho dinero. Hay pocos lugares para saltarse los Pirineos; volvimos a entrar por nuestro preferido Roncesvalles, y, esta vez regresamos por otra maravilla; Port Bou. Es un esfuerzo, por ahora sin grandes incomodidades para atalantar la vista y apresar con nuestras cámaras los obsequios. Merece la pena que podamos hacerlo; nuestra voluntad no ignora que dentro de unos pocos años tendremos que quedarnos en casa con las patas quebradas sin arriesgar ni tener tensiones, gozando del sucedáneo de los recuerdos, leyendo, repasando fotos o viendo documentales.

Cada vez nos es más familiar el Tour de Francia.

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