Todo el mundo en Béjar sabe calcular un metro, aunque algunos te rodean más generosamente "mejor que sobre que no que falte". Yo creo que lo del metro es para pararse a hablar con alguien, una distancia de seguridad de los imperceptibles perdigonazos de saliva; pero, bueno, es gratis tener un poco más de precaución.
Hoy, viernes, fui a hacer la gran compra al Mercadona. Había bastante gente, y un segurata organizando el tráfico en la cola de las cajas registradoras que sobreactuaba como un abogado, parecía querer ganarse el sueldo cada minuto, cuando la inmensa mayoría de la gente conoce y practica las instrucciones al dedillo.
Bueno, esto no es del todo cierto. De las diez o doce peatones que encontré en mi kilómetro de trayecto hasta el establecimiento hubo tres o cuatro que llevaban mascarillla, cosa innecesaria al aire libre como bien se ha remarcado, pero yo creo que hay gente que presume "yo la llevo porque puedo y tú seguro que ni tienes". Efectivamente yo ni tengo, ni, de momento, necesito.
El colmo de la tontería es mucha gente que la lleva mientras va conduciendo, y están solos en el coche. Será para no contaminar el volante, y ¡Ay Cielos! el salpicadero. El salpicadero (habrá que buscar un nombre sanitariamente correcto para esa parte del coche) seguramente está lleno de bolitas de saliva cargadas de bichos coronados saltando como los jóvenes saltábamos en los conciertos de rock de los ochenta o bailando la conga como al final de las verbenas de aquel mismo tiempo, cachondeándose de nosotros.
Constato que en toda mi estancia en el Mercadona ni yo ni nadie fuimos capaces de oír en ningún momento ninguna "tos seca", el sonido más alarmante de este mes, para el cual no sé si estamos preparados; pero sí que en algún momento me pareció que me picaba un ojo, aunque cual Ulises atado al palo mayor, me abstuve de tocarme con el guante quirúrgico que he llevado enfundado desde el pomo de salida de mi edificio hasta que llegué a la vuelta.
Sin quitarme los guantes los he lavado con jabón por si traje algún bicho, y los he puesto a secar, por si tengo necesidad de salir en otro momento.
Después me he lavado las manos otra vez.
Bueno, he aquí un día menos, o un día más, como se mire.
Nunca en nuestra vida como país, exceptuando desde el 18 de julio de 1.936 hasta mediados de septiembre del mismo año que se estabilizaron los frentes y se empezó a matar con algo de tino, han pasado los días más lentamente que en este mes de marzo.
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