martes, 17 de marzo de 2020

Hoy salí a comprar.

La última vez había sido el sábado por la tarde, entretanto cayó una gruesa nevada que seguramente ha terminado de recluir a la gente y de enfriar el ambiente.
mi huerta, el domingo, con las hermosas flores blancas de los perales
Mi huerta, ayer lunes. Seguramente se me ha desgraciado la cosecha de peras de este año.
 
 
El cambio de cariz ciudadano en Béjar no ha sido muy diferente al sucedido en mi huerta. El viernes la gente sonreía, mi mujer y yo hablamos con un desconocido señor de ochenta años sobre la situación. El sábado por la tarde en mi supermercado la cajera sí tenía guantes y la gente fluctuaba buscando sus cosas y hacíamos cola con normalidad. Solo un día y medio después: hoy martes a medio día, la gente ya se evita por la calle, -lo siento, a mí me da la risa, no puedo evitarlo-, la gente se cambia de acera o te cede la calle completa, muchos llevan guantes y algunos mascarillas, otros se tapan con bufandas. La gente se apresura a hacer un generoso hueco. Dicen que no hay que acercarse a un metro de otras personas, pero aquí los bejaranos con los que me he encontrado dejan cuatro o cinco metros. En el supermercado muchos trabajadores tienen mascarilla, hay líneas en el suelo para que la gente guarde la distancia de seguridad en las cajas, mientras uno compra la gente te cede el pasillo completo, la estantería completa, aunque tenga siete metros. ¿Pero si todos nos pusimos guantes de plástico al entrar? todo el mundo está muy serio, nadie comenta nada, la cajera me dijo, "su factura y su vuelta", parecía un robot.
Ahora que somos conscientes del peligro. Los que yo he encontrado hoy se pasan desagradablemente de frenada: sonreír no contagia, hablar a distancia prudencial no contagia, compartir un pasillo de supermercado no contagia. Hace dos días el peligro era mucho mayor, el virus estaba a sus anchas y ya se encontraba bien asentado en España. Hoy no creo que el pobre bicho tenga arrestos para salir a pasear por ahí: cualquier mirada asesina de las que circulan seguro que lo fulminaría.
Me dio por pensar en los locos, en las putas, en los drogadictos, ¡qué mal lo deben estar pasando! y en todos los que tienen bienes perecederos que vender, una floristería, carne almacenada para pinchos o filetes en el frigorífico de un restaurante, en las peluquerías, en los podólogos, en los dentistas, en los gimnasios.
Esto no va a pasar pronto y muchas economías se van a morir por el camino, (más que personas, seguro).
No sé cómo ni cuándo va a terminar esto y creo que nadie lo sabe.
Yo, para la catástrofe tengo comprado y trabajo mi huerto, pero ayer la nevada y helada extemporáneas me han chafado una buena parte de la fruta.
 
Aunque yo no creo en él, Dios se está cagando en nosotros.  
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario