Hace medio siglo yo vivía en un pueblo de menos de mil habitantes que se autoabastecía en todo lo que podía. Mi propia familia, como todos los vecinos del barrio, criaba uno o dos cerdos y, con su matanza manipulada por diversos métodos de conservación teníamos proteínas casi todo el año, a penas si íbamos a la carnicería del pueblo cuyo dueño tenía un rebaño de ovejas que comían hierba de mi pueblo y mataba allí mismo, en su casa, para despiezar y vendernos a los vecinos.
Si se rompía un mango de una herramienta, mi padre con ayuda de una sierra una hachuela y una escofina confeccionaba el mango.
Mi madre remendaba la ropa, y hasta tuvo una máquina de tricotar para confeccionar ropa de lana, hacía conservas, batía la mayonesa, los huevos los ponían gallinas que estaban picoteando a la puerta de las casas.
Bebíamos el agua de las fuentes, no existían las botellas de plástico más que para la lejía y cosas así.
El vino se pisaba, en otoño comíamos nuestras uvas, y mi abuela colgaba racimos de pasas. La fruta, excepto las naranjas y los plátanos, viajaba poco.
Podría seguir enumerando, parece un mundo de cuento en que las cosas se arreglaban porque se podían arreglar, en las ciudades había relojeros que desmontaban los relojes, los relojes eran de cuerda, no necesitaban pilas de litio.
Viajábamos muy poco, los que más viajaban eran los emigrantes, y el mayor viajero de mi pueblo fue Pistolo, que estuvo en la División Azul.
El mundo era enorme, inabarcable, endémico.
Hoy todo se asienta en la movilidad.
Esta contradicción de que todo se trae de fuera, de que toda diversión comporta viaje, transporte de personas y de cosas, hace que la humanidad sea difícilmente porfiláctica. A pocos metros de mi casa hay una oficina de reparto de paquetes: siempre tienen semiocupada la acera con sus furgonetas, trabajan varios muchachos fornidos. Eso es ahora. Hasta yo me compro tortillas de patata hechas en Segovia. El tránsito de las cosas lo siguen haciendo personas que se relacionan, se entregan y firman los recibos de lo que viene. Todo viaja sin marearse.
En este momento hay millones de personas en el aire, algunos con un polizón minúsculo que si, no lo remedian pronto, está proponiendo una enmienda a la totalidad de nuestro actual modelo de vida.
El 11 de septiembre algo cambió y sentimos el pisotón de la huella histórica. Ahora puede que el coronavirus también sea otro volantazo, como la reforma de Lutero, el descubrimiento de América, la toma de Costantinopla, la caída del muro de Berlín...
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