Esta mañana creo estar deprimido. Es una sensación de agobio mental, de estar rodeado por todos lados sin encontrar un hueco para respirar azul cielo. Hoy en Béjar hay niebla y eso oscurece un poquito más mis pensamientos.
Ayer escuché al Rey y pienso en una de sus frases: dijo así como que "lo superaremos y todo volverá a ser igual que antes". No me lo creí en su momento y seguramente el rechazo a esa mentira piadosa ha estado gravitando en mí toda la noche y de ahí estos lodos en los que se detienen mis razonamientos.
Tengo un amigo que toma antidepresivos y reconoce necesitarlos, yo quizá hoy también, por primera vez en mi vida, creo que hace muchos años cuando no encontraba trabajo ni esperanza de poder prolongar mi vida, la vida, en forma de hijos, estuve en alguna situación mental parecida. Pero no era tan viejo, el mundo no era tan viejo a mi alrededor. No había tanta destrucción climática, tantas construcciones absurdas, tantos campos abandonados, tanta gente acomodada e inútil sin remisión.
La enmienda a la totalidad es que este bicho es el fin del capitalismo. Habremos de volver; en España en Italia, en China, en Corea..., pero también en Bélgica y en otros países que se van sumando, hemos entrado en el comunismo. Un Estado central ordena a todas las fuerzas de orden público que nadie salga a la calle si no es por una razón justificada. Llevamos cuatro días, como quien dice, y todo nos parece una cárcel, carecemos de libertad. Ayer fui hasta mi trabajo, (andando como siempre, no me atreví a correr -que lo necesito-, pero parecía un poco demasiado lúdico, porque está prohibido hacer deporte) y tenía miedo de que me detuvieran. En el fondo y en la forma, mi trabajo está paralizado, no corren los plazos, nadie va a poner en marcha los papeles que despache, se pararán en otra mesa y nadie notificará las sentencias, ni ejecutará los embargos. Todo está detenido, encerrado en casa.
Y pienso en toda la gente que vive capitalistamente de los demás, los fabricantes de medias, y de maquillaje, las peluquerías, las tiendas de moda, las zapaterías... todos los que hacen que las personas sean más bonitas, más atractivas, pero ahora que nadie puede andar por la calle si no es sola para ir a un sitio determinado, bajo amenaza de multa, ¿para qué? ¿para quién? arreglarse, adelgazar, seducir.
Si Marilyn Monroe resucitara y se metiera en nuestro departamento de coche cama hoy, haríamos como Jack Lemmon despreciaríamos esa golosina carnal. más que eso exigiríamos más de un metro de cuarentena. El deseo también está sometido a una enmienda a la totalidad.
El capitalismo se basa en la libertad, en la alegría de vivir y gozar, en el deseo libre de viajar, conquistar horizontes nuevos, ver nuevas gentes, edificios, costumbres, músicas. Pero hoy este bicho comunista nos ha echado un candado a la ilusión. Nos detendrían en Venecia, y en Florencia, en Pisa, en Bolonia... Nadie admira hoy esos lugares, nadie puede detenerse a admirarlos, todos desean solo que pase el tiempo y con él la pesadilla.
Pero el tiempo no pasará en balde, aunque encuentren una vacuna y nos inmunicen a todos los que ahora estamos sanos. Cuando dejen volver al capitalismo tardará décadas en recuperar el tejido de la alegría y el consumo, las fiestas, los conciertos, los restaurantes, el teatro..., todas las pompas y vanidades que hacen que unos vivamos de otros y disfrutemos de una felicidad tan superflua como necesaria.
Soy un viejo descreído, pero existe aún dentro de mí resistiendo contra toda razón una confianza en los colores de la vida, en el vigor de la naturaleza, en todas las personas que se levantaban cada día para recrear el mundo a base de ilusiones que les dieran dinero que multiplicara la actividad, la economía.
Y termino ya, porque tengo ganas de terminar. Sigue en Béjar la niebla, y lo único que oigo es el zureo de palomas. Son las nueve y veintisiete, y he engordado cuatro kilos por culpa del puto bicho ese.
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