Diferente
al de Ana Frank, no tanto al de Manuel Azaña, al que se parece mucho en la
agudeza de la observación, en la potencia (valga la redundancia) que
proporciona el poder frente a la vida cotidiana, y en lo fragmentario, lo cual es una
lástima, porque también es muy interesante.
Goebbels
era un intelectual, asistió a varias universidades y se doctoró en Filosofía en
Heilderbeg en 1921. Le gustan entiende y critica la música, el cine, la pintura. Da muestras de saber mucho de literatura, geografía psicología... Al principio no se entiende como alguien con tan vastos
conocimientos pudo fascinarse por Hitler, que no poseía ni de lejos su cultura,
pero algo tendría aquel liderazgo, cuando también logró fascinar mayoritariamente
al pueblo alemán y a sus hermanos austriacos; países donde se junta la mitad de
la mejor música del mundo de todos los tiempos. Según va uno leyéndolo -y él
perdiendo la guerra- aflora su visceralidad, su voluntarismo y su falta de
objetividad, su fanatismo, su delirio.
Frente
a un libro “literario” como pueden ser El viento de la Luna, Ardor Guerrero, o
El Jinete Polaco, en todos ellos Antonio Muñoz Molina donde nos cuenta
magistralmente sus vivencias lucubradas, fantaseadas, ampliadas por los bordes,
llenas de vida interior, de condiciones humanas donde nos reconocemos, este
diario de Goebbels está escrito desde el mismo centro de la historia mundial,
con una perspectiva de protagonista activo e influyente. Lo recuperado cuando
se publica este libro son fragmentos entre los años 1942 y 1943, de un hombre
que está en el análisis, en la inteligencia de lo que se cuece en todo el
mundo.
Con su
ministerio de propaganda, Goebbels jugaba varias partidas simultáneas de
ajedrez, de mus, de poker, de parchís, de tute, y a la vez se preocupaba
también de la cultura y de entrevistarse con personajes que no deja de analizar
subjetivamente para este diario. Es curioso, porque el diario no está corregido y en muchas
ocasiones tiene a priori una idea despectiva de alguna persona, pero cuando se
entrevista con él y oye sus argumentos, le comprende, le valora y, a veces, le pone a su nivel. Con tantas cosas en la cabeza no tenía tiempo de leer este diario, eran apuntes que dictaba a su secretaria.
Siempre
se trasluce un complejo de superioridad (o de inferioridad sublimada) sobre las
otras razas o naciones, sobre los alemanes que no son del partido, y por
último, sobre cualquier miembro del partido, salvo Hitler. Peor a medida que
van surgiendo los fracasos se acentúa más, los únicos que valen son los nazis,
los demás son traidores, vendidos, cobardes...
En
cuanto al diario, sin duda pensaría Goebbels que sería muy útil
para ser publicado medio siglo o un siglo después, cuando “el Reich” hubiera
triunfado y cambiado la historia y él se hubiera convertido definitivamente en
uno de los míticos artífices de ese “magno imperio”.
Una
persona tan inteligente como él no deja, sin embargo, de anotar (quizá quisiera quedar bien con la mecanógrafa),
que recibe cartas elogiosas, que sus discursos y publicaciones tienen honda repercusión en el extranjero y que en
sus mítines o en las reuniones de jerifaltes nazis, cautiva a las audiencias
masivas o selectas. Esto, si es objetivo, no debiera ser necesario para una
persona inteligente. La historia, el periodismo, la propia gente que le
escuchaba o leía, ya lo estarían anotando por él. Sin embargo lo refleja en su
diario, lo cual denota, a mi parecer, que necesitaba retroalimentarse aún de
sus propios elogios. Por lo tanto, tan clara no debía tener la importancia de
su papel y la brillantez de sus actuaciones.
No
existe la autocrítica, ni la crítica a las desmesuradas y simultáneas ambiciones
territoriales del Fürher, que fueron su fracaso. Porque Hitler se comportó como
un jugador de casino que al principio lo gana todo y, embriagado por el éxito,
sigue apostando a su suerte y seguirá apostando hasta la camisa, completamente
enloquecido, pidiendo crédito a los que le rodean, mientras le bombardean ciudad
tras ciudad y pierde, por ejemplo, 3.000.000 de soldados en la campaña rusa.
El
libro está plagado de datos, de miles de informaciones de todo el mundo y de
las cosas más variopintas, que Goebbels como Ministro de Propaganda recibía a
diario. Administraba tanto la verdad como la mentira. Según creyera que
interesaba a su causa, ordenaba silenciar o publicar con énfasis en los
absolutamente controlados medios de comunicación alemanes o en los medios
extranjeros de países neutrales: España, Portugal, Suecia, Suiza, Argentina...
que controlaba más o menos, (no lo dice pero imagino que engrasándalos con
dinero).
Nos
cuenta a su diario qué decide y por qué lo hace, lo que consulta o comenta con
Hitler o lo que comenta con Goering, Himmler, Speer y otros gerifaltes nazis.
Voy a
copiaros su pensamiento más famoso:
La propaganda debe ser primitiva e
insistente. A largo plazo, únicamente consigue influir en la opinión pública
quien es capaz de reducir los problemas a sus más sencillos términos y tiene el
valor preciso para repetir una y otra vez esta fórmula simplista pese a todas
las objeciones de los intelectuales.
PD en Blogger ya me han dejado de poner trabas para subir fotos. Lo notaréis.
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