TOCANDO
FONDO
No sé
si alguna vez conté en este blog que en una ocasión me quedé dormido
conduciendo. Rocé el coche contra la valla quitamiedos, y desperté maldiciendo mi suerte. Pero pude haber muerto si
en lugar de irme contra la derecha me voy hacia la izquierda y me viene un
coche de cara. Además de ser una lección, aquello es una tensión adicional, que
aumenta mi fatiga y mi vulnerabilidad en cualquier trayecto rutinario. Durante una
semana al menos conduje, pero tenía que buscar una solución.
Voy a
unir a las desdichas cotidianas que un par de días antes se me estropeó el
ordenador y lo llevé a una tienda a que me lo arreglaran. Tardaron y durante todo
el tiempo que no lo tuve, además de no poder cumplir adecuadamente con el blog
con mi escritura tranquila desde casa, tampoco
podía relajarme y escribir para mí, porque, ya me siento extraño
haciéndolo en un papel. Añado la otra incertidumbre que tenía de que en una
eventual limpieza del aparato se produjera el formateo de los contenidos, y de la mayoría de
ellos no tenía copia de seguridad. Habría sido una tragedia, fotos, escritos
acabados, esbozos....
Tocando
fondo.
Un día
se unió todo: a las siete y media no encontraba aparcamiento, después la mañana
se me dio mal, el sobaco transpiró, y
noté el reflejo en la faz de la informática. Por algún fallo mío tuve la
peor bronca y las más honda amenaza en el despacho de la secretaria. Salí tarde
y se puso a llover, sobre la resbaladiza acera del puente de hierro de Salamanca corría ligeramente y la mochila
se me enganchó con un puto candado que los enamorados cursis han dado en moda
enganchar a las barandillas de tantos puentes europeos. Seguía lloviendo y llegué al aparcamiento
algo sudado, la llave del coche fue a aparecer en el último bolsillo mientras
el agua caía por mi frente. Por no quitarme el jersey dentro del coche, me lo
quité fuera, y no sé cómo, pero fuera se quedó; me di cuenta veinte kilómetros
más adelante, conduciendo: palpaba y no lo encontraba. Puede que, desordenado
como soy, lo hubiera dejado en el asiento de atrás. A todo esto, seguía
lloviendo. Aparqué frente a mi a casa y vi que el jersey, regalo de mi madre,
no estaba, aunque no recordaba bien si lo habría dejado en el trabajo. Llovió toda la
tarde y no tuvieron tampoco arreglado mi ordenador. Llovió toda la noche, y dormí
fatal. Pensaba en el jersey, pero también soy positivo y razonaba que si estaba lloviendo
nadie lo habría visto o nadie se lo habría llevado, calado como debía de estar,
además de que podía ser que me lo hubiera dejado en el perchero del trabajo.
Juan, leí con detenimiento esta cronología de “buenas nuevas”. Nuevas son, buenas no sé. De todas formas la descripción es un banquete. Lo de la mochila y el candado me hizo reír. ¡Suerte, le deseo suerte!
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