No sé si alguien de los que me seguís fiel u
ocasionalmente os habéis motivado a leer alguno de los libros que yo he alabado
aquí.
Acabo de apurar la última hoja de Veinticuatro
horas de la vida de una mujer y estoy arrebatado de placer, de solidaridad,
de simpatía, de coincidencia; eso es el arte: una vibración conjunta, una
seducción.
Supongo que este libro ha permeado la parte
femenina que hay en mí, me siento “conmovida” y con ganas de flotar
abandonándome en esa conmoción. No estoy saliendo del armario; sigo
siendo hombre, padre, amante de mi mujer y atraído por las curvas femeniles. Lo
que sucede es que esta novelita, que funciona tirando eslabones de interés,
como la mejor novela policíaca, es un
libro sentimental, que transita en las carnes vivas más delicadas del alma
humana y eso parece que no puede causar
un masculino estremecimiento. Como que uno debiera distanciarse y no
enmarañarse en esas femineidades, aborrecerlo para no hacerme indigno de mi sexo.
Mi condición sexual que se hace sospechosa si llegara a llorar como una mujer;
¡maldita sea!, en mi pueblo no lloramos los hombres ¡con lo bonito que es eso!.
No, no he llorado, y esto no es una confesión
de virilidad. Lo lamento, porque esta obra de arte hubiera merecido arrancarme
unas cálidas lágrimas femeninas y todavía la hubiera gozado más.
Me ha pasado más veces, ya lo sabéis, y
pronto no recordaré bien, (incluso olvidaré) estos arreboles secuestrados que
ahora tengo. Me pasó recientemente con “Ardor Guerrero” y me ha pasado con
otras muchas obras, cuyos artificios llegan a enredar una natural respuesta
química, allá en el trascerebro, que es diferente, que levanta alguna costra y
descubre alguna habitación con otras vistas, hermosas, diferentes, otra
perspectiva, un yacimiento del alma desconocido, inesperado; entonces uno se
alegra de pertenecer al género humano que produce estas excrecencias, que son
los artistas; aunque pasado el tiempo, que todo lo mella, terminará pareciendo un recuerdo más.
Si conocéis a alguien que quiere llenar tres
horas y media con esta experiencia,
recomendadle esta obra.
Por mi parte, me siento recomendado,
obligado, impelido a leerme también la obra entera de Stefan Zweig. La iré
alternando, con Muñoz Molina, Neruda, Vargas Llosa, Luis Landero, Hemingway,
Francisco Umbral... y tantos otros, esto es un sinvivir.
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