jueves, 2 de mayo de 2013

BUENA NUEVA 5


El edificio.

A principios del XXI se emprendieron en España grandes inversiones en edificios funcionales. Durante muchos años, la justicia se había desarrollado en vetustos palacios, atestados de polvorientos legajos, con armarios de baldas arqueadas por el tozudo peso de los expedientes, con alturas y resquicios incorregibles por donde la calefacción huía a espuertas, sin veraniego aire acondicionado. Sitios  donde los ascensores se averiaban y los servicios higiénicos tenían una pátina indeleble de posguerra. Nadie sabe ni quien ni cuando se pagará la deuda que han generado estas inversiones, pero  ahora, aquí en un edificio reedificado nuevo con grises metalizados, pusieron ascensores de subida y bajada, que son inteligentes y parlanchines; también, lejos del público, pequeños ascensores de servicio, para que bajen y suban los jueces a los juicios y no se encuentren cara a cara, encerrados con los justiciables. Armarios funcionales, metacrilatos, PVC, sillas ergonómicas, servicios públicos y privados nuevos donde la higiene brilla aún. Por cierto, los servicios de funcionarios están al lado de los despachos de juez y secretaria, con lo cual puede ser algo intimidante pasar a hacer una necesidad sólida, entretenida, y con una cierta permanencia olfativa. Por lo que hay que venirse indudablemente “cagao de casa”.

 

Ahí estaba uno de mis problemas, mi cuerpo tenía una rutina matinal de desayuno más un poquito de ejercicio -por ejemplo, hacer la cama-, con resultado de una sentada higiénica y aliviante. Pero esto venía sucediendo tranquilamente sobre las ocho de la mañana, sin ansiedad y sin prisas. Desde que tuve el trabajo, tenía que aviarme a las seis y media para tomar el coche llegar a Salamanca, aparcar al otro lado del río y dirigirme andando a la oficina.

Yo soy de familia estreñida y necesito regularidad en esas vías: la presión física y mental es costosa y el sentimiento del “deber incumplido” difícil de sobrellevar. Cuando sucede un miserable salto del necesario escalón diario, se produce en mí un temor al enfrentamiento con lo inexorable, enrojecimiento de faz, ensanchamiento de las arterias del cuello, presión de los tímpanos hacia fuera, extrusión de todos los pelos de mi cuerpo y fluido de sudor por cada vaso capilar. Todo esto sostenido en el tiempo y, muchas veces, estéril. Son etapas oscuras de mi vida, que quiero haber superado para siempre.

Mis crisis en este trabajo no llegaron  nunca a sobrepasar los dos días; mi empeño era a la vuelta, por la noche, todo lleno de estrés, de presión, de ansiedad. No podía soportar también esta otra mochila, junto al trabajo, el viaje, el aparcar, las broncas, las incertidumbres y mi conocimiento de que podía ser expulsado.

El caso es que estando en la oficina, tenía amagos de descomposición, pero mal podía expresarlo en el servicio higiénico en el trajín de la mañana, al lado de la secretaria y el juez. Necesito tiempo, tranquilidad y un recomendable un periodo de espera para que, junto a que haya tiempo para que se disipe un olor espantoso, se restableciera la color en mi rostro pálido y la tensión que podría haber  alcanzado la compresión del cuello de Laoconte con sus serpientes estrujando. Todo ello era incompatible con aquel pequeño departamento que, como todos los de construcción actual, carece de ventilación exterior. Y con esos vecinos.

 

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