Diréis
que no tengo criterio, que soy el colmo del entusiasmo, esto caliente e
impresionable. No sé si es verdad. Lo cierto es que ahora mismo estoy teniendo
un orgasmo literario son las tres primeras hojas del libro “Los girasoles
ciegos”.
Desde
que perdí mi trabajo tengo una exaltación y una impaciencia por leer que no tiene nada de mesurada, de manera que
entre los libros que no ceso de comprar,
(obligándome a leerlos, posternando así una vez más mi deuda con los ya
comprados), se producen luchas violentas por mi conquista.
Me obligo a digerir siquiera una media hora
los recién acabados: una manera es escribir sobre ellos, dar cuenta en este
blog, -que no es para que me envidiéis los que no tenéis tiempo de leer tanto-,
sino un miliario en mi camino, una especie de huella tatuada de que estoy
viviendo. También es un homenaje a los autores que me atrapan.
Cuando
estoy terminando un libro, estoy mirando de reojo al siguiente, a los
siguientes. Y los emprendo. Por mi impaciencia,( a veces empiezo con sueño, o
con el listón muy alto), me rechazan, cojo otro, y otro, hasta que me asiento en la lectura. No siempre es
fácil, después del “síndrome de Estocolmo” que me puede durar del anterior
libro cautivador.
Hoy es
jueves, 8 de mayo, (los últimos tres jueves fui al mercadillo de Béjar a
comprar libros de segunda mano, también los compré por decenas el 23 de abril,
y el 4 de mayo, cuatro.) y sólo he
comprado dos, la verdad es que sin demasiado entusiasmo: uno es un Díaz Plaja,
que son variados y entretenidos divulgadores de la historia y de la sociología
histórica, si es que eso existe. El otro “Los girasoles ciegos” del que ya he
visto la película (que no me gustó mucho) –un fotograma está en su portada-, ésta
es la vigésimo tercera edición de un libro que se publicó después de la muerte
de su autor (2004) y yo voy por la tercera página escrita.
Pero he encontrado tantos pensamientos
antológicos en estas tres páginas, que acudo de nuevo a la portada del libro
para que no se me olvide el nombre del autor: Alberto Méndez, Alberto Méndez,
Alberto Méndez
Trata
sobre las postrimerías de la guerra civil. El capitán Alegría que está
luchando, -en el arma de intendencia- en
el ejército ganador de la guerra civil escribe esto:
Aunque todas las guerras se pagan con los
muertos, hace tiempo que luchamos por usura. Tendremos que elegir entre ganar
una guerra o conquistar un cementerio.
Y en
esta náusea decide entregarse como prisionero al enemigo:
La primera vez que el capitán Alegría
estuvo cerca del riesgo fue, precisamente, el día que comienza esta historia.
Su decisión no fue la de unirse al enemigo sino rendirse, entregarse
prisionero. Un desertor es un enemigo que ha dejado de serlo; un rendido es un
enemigo derrotado, pero sigue siendo un enemigo. Alegría insistió varias veces
sobre ello cuando fue acusado de traición. Pero eso ocurrió más tarde.
Se está
refiriendo a que los nacionales que al ganar y ocupar “últimos objetivos
militares” se encuentran con un capitán de los suyos que se rindió
espontáneamente al enemigo; y le piden cuentas.
En una confidencia inoportuna que días
más tarde utilizaría el fiscal militar para pedir su muerte con ignominia,
Alegría confesó a un suboficial intachable que los defensores de la República
hubieran humillado más al ejército de Franco rindiéndose el primer día de la
guerra que resistiendo tenazmente, porque cada muerto de esa guerra, fuera del
bando que fuera, había servido sólo para glorificar al que mataba. Sin muertos,
dijo, no habría gloria, y sin gloria, sólo habría derrotados.
¡Que
hermoso! Comprenderéis que apague el ordenador para marcharme inmediatamente al
sofá a continuar la lectura de esta joya.
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