Quien
me sigue sabe que tengo la peor opinión de los anarquistas en la guerra civil.
Es algo reciente, simplemente me viene del estudio y se acusa cuanto mayor es
mi conocimiento. Y resulta lamentable, porque tengo algunos conocidos y hasta
un amigo a quien yo puedo definir (muy anárquicamente) como anarquista -y sé
que ha pagado cuotas a la CNT-.
Los
anarquistas fueron olvidados en la posguerra, para Franco el enemigo eran los
comunistas, -y la conspiración judeo-masónica-. No sé si habrá datos de esto,
pero yo me atrevo a aventurar a modo de muestreo, por lo que he visto y leído,
que seguramente más de la mitad de los asesinatos y (seguramente exagero, pero
poco) el 100 por 100 de los destrozos en iglesias y saqueos en palacios, los
protagonizaron los anarquistas, cuyo componente anticlerical era infinitamente
más acusado y rabioso que Izquierda Republicana, el PSOE o el PCE.
En
anteriores entradas me apoyaba en Azaña y Hemingway; ahora que estoy leyendo a
Pablo Neruda quien, aunque sus enemigos
eran Franco y Hitler, no deja de escribir esto:
Los anarquistas habían pintado tranvías
y autobuses, la mitad roja y la mitad
amarilla. Con sus largas melenas y barbas, collares y pulseras de balas,
protagonizaban el carnaval agónico de España. Vi a varios de ellos calzando
zapatos emblemáticos, la mitad de cuero rojo y la otra de cuero negro, cuya
confección debía haber costado muchísimo trabajo a los zapateros. Y no se crea
que eran una farándula inofensiva. Cada uno llevaba cuchillos, pistolones
descomunales, rifles y carabinas. Por lo general se situaban a las puertas
principales de los edificios, en grupos que fumaban y escupían, haciendo
ostentación de su armamento. Su principal ocupación era cobrar las rentas a los
aterrorizados inquilinos. O bien hacerlos renunciar voluntariamente a sus
alhajas anillos y relojes.
(...)
Esta
atmósfera de turbación ideológica y de destrucción gratuita me dio mucho que
pensar. Supe las hazañas de un anarquista austriaco, viejo y miope, de largas
melenes rubias, que se había especializado en dar <<paseos>>. Había
formado una brigada que bautizó <<Amanecer>> porque actuaba a la
salida del sol.
-¿No
ha sentido usted alguna vez dolor de cabeza?- le preguntaba a la víctima.
-Sí,
claro, alguna vez.
-Pues
yo le voy a dar un buen analgésico –le decía el anarquista austriaco,
encañonándole la frente con su revólver y disparándole un balazo.
Mientras
estas bandas pululaban por la noche ciega de Madrid, los comunistas eran la
única fuerza organizada que creaba un ejército par enfrentarlo a los italianos,
a los alemanes, a los moros y a los falangistas. Y eran al mismo tiempo, la
fuerza moral que mantenía la resistencia y la lucha antifascista.
Pablo
Neruda murió el año 1973 muy pocos días después del golpe de Pinochet, en esos
momentos todavía vivía Franco, el enemigo. Dejó sin concluir, o al menos, sin
ordenar sus memorias, entonces subsistía la guerra fría, y él era comunista,
entonces su enemigo era Nixon. Pero casi cuarenta años después, Neruda, que nos
confiesa que ha vivido mucho -y muy interesante- en tantísimos lugares del
mundo, se acuerda (indudablemente con dolor e indignación) de aquellos
“compañeros de bando”.
Y si lo
hizo es porque verdaderamente lo sintió así.
Pablo Neruda
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