En la
primavera del año trece del siglo XXI, en
nuestro mismo globo terráqueo –que no todavía universo-, hay un país
transitando su anacronía desde la edad media hacia la revolución industrial
occidental del XIX: es Bangla Desh, que sufrió el derrumbe de una especie de
fábrica -quizá sea sólo un edificio de cuatro plantas dedicadas a talleres de
costura- que aplastó a más de mil personas que se ganaban su sustento
tercermundista frente a mil máquinas de
coser.
Todo el
mundo debería ser consciente de que hay lugares donde, por 30 euros al mes, sin
derechos de desempleo, ni salud laboral, ni vacaciones, ni sindicatos, nos tejen y nos cosen, en jornadas de 12 ó 14 horas diarias, cada vez mayor parte de la
producción de prendas de ropas de todo tipo, pero, singularmente, para las cadenas como Mango,
Nike, Zara, H & M, Stradivarius, Adidas, Inside, Desigual...: estos son diseños actuales,
para jovencitas occidentales, que las
manos de aquellos hombres y mujeres ejecutan sin imaginar siquiera como deben
sentar a las chicas de nuestro mundo, porque su concepto de moda aún dormita en
otros parámetros de exposición corporal más tradicionales y recatados. Seguramente las chicas
bangladeshíes, que son la mayoría de las aplastadas, -por ser más habilidosas y
todavía más baratas que los chicos-, tampoco podrían osar sustraer de la
fábrica las prendas que elaboran, porque ponerse semejantes atuendos en sus
sociedades podría significar que las violaran más fácil y brutalmente como se
ha evidenciado recientemente (en otros sitios incluso las lapidarían).
¿Quién
manda en Bangla Desh? Estoy seguro de que ninguno de mis lectores, ni aunque
tuviera 5.000, lo sabría espontáneamente, ni siquiera después de esta tragedia
de un millar de muertos.
La
respuesta que abruptamente os podría dar yo es que “manda el monzón”, ya que
Bangla Desh me suena a inundación anual, a ríos desbordados con vacas y
cadáveres humanos a la deriva o yaciendo en el barro. También me trae a la mente un naufragio anual de barcos fluviales o costeros que transportan
miles de cabezas, -cabezas de personas como si fueran de ganado-, aunque fueron
diseñados para transportar unos centenares, que
un día zozobran y mueren incontables porque un país tan pobre no es
capaz de buscar y después contar a tanta
sobreabundancia de personas sin importancia, y a nosotros los occidentales,
(que soportamos una sola noticia tercermundista por país pobre y telediario),
nos da igual, o se nos olvidará, si es que algún día pudieran ofrecernos una
mejor estimación de las cifras del naufragio. A pesar de la globalización que reequilibra el mundo a favor de los grandes traficantes de bienes, hundiendo las economías occidentales, hay países a cuyas gentes, desde nuestra todavía riqueza miramos sólo de soslayo. No vamos a perder ni diez minutos de informativos en ellos.
Hace
menos tiempo, Bangla Desh volvió a ser noticia porque hallaron a una obrera que
había sobrevivido 17 días entre los escombros. Esto acostumbra a suceder en
todas las tragedias mundiales,(1) -a mí ya me da por pensar si no es que habremos celebrado más de una vez algún falso
rescatado- (parece que un aparecido, que se convierte en héroe o heroína,
culmina la gran tragedia con una buena noticia, actuando como tranquilizante de
las conciencias sensibles. Y así, todos los responsables, (nosotros y ellos),
damos un hipócrita carpetazo moral: ya no se nos amargará la comida o la cena y
podemos salir por la tarde a consumir o disfrutar por la noche en casa de unas cervezas
mientras vemos un transcendental partido de fútbol).
Y yo me
puse a pensar –creyéndome la buena
noticia-, cual podía ser la razón (teniendo en cuenta el escaso valor que me
parece que se da a la gente en esos países superproductores de seres humanos
baratos), por la que estaban buscando con el cuidado suficiente como para haber
hallado a una mujer con vida.
Y en mi
cavilar me ha salido el malpensado, que también llevo dentro y que, a veces
alza su voz:
2.-Los
encargados de las punteras casas propietarias del diseño tIienen que rescatar,
no sólo las prendas que pudieran aún venderse, sino todas las demás, para evitar que caigan en manos de la
competencia y contrarreste su diseño con otros modelos.
3. También habrá otros adversarios más modestos en la carrera: desenterradores que tratarán de
obtener las prendas para copiar a precios todavía más baratos, los modelos de otoño de 2013 de H & M o Mango.
Pero estas casas comerciales también tratarán de impedirlo: no se puede desperdiciar la promoción de cotizadas modelos en televisiones y
revistas (seguro que la campaña ya está filmada y los markentigs “ultimados”).
El
interés no se detiene aunque el mundo se pare.
(1)
Sólo recuerdo que no sucediera el milagroso hallazgo en las torres gemelas del
11 de septiembre. Qué curioso, en la ciudad con más periodistas del mundo ¿no?
Donde se puede comprar tu libro, por que no le encuentro por ninguna parte.
ResponderEliminarNo lo tengo terminado. Cuando lo haga, me lo tendré que financiar, me plantearé si me merece la pena invertir, (casi seguro perder dinero y cuánto) No me importaría hacerlo si estuviera completamente seguro de que ninguno de las cientos de nombres que van a salir me demandará por atentar contra el honor de sus antepasados. Gracias por tu interés. En el blog está el prólogo, un proyecto de epílogo, la República en Mombeltrán, y otros apuntes. Puede que este blog,con los años. termine conteniendo el libro entero.
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