martes, 9 de mayo de 2023

Madame Bovary, que no había leído hasta ahora.


Indudablemente, como el Quijote, es una obra maestra, capital de la literatura. Traigo a colación el Quijote porque Enma Bovary enloquece de pasión también primeramente por los libros: quiere ser una romántica en el siglo XIX y se inmolará en su romanticismo. No es una ninfómana: se enamora de una imagen del amor, aunque también tiene un desmedido amor por sus ajuares y muebles, es en este sentido demasiado frívola y manirrota. Ignoro si sus derroches no son un instrumento del autor para predisponernos contra ella, porque, románticos que podemos ser, podríamos perdonar en que, ante la decepción que supone su anodino marido, busque el amor ideal.

En un momento Flaubert escribe la palabra "libertina" y yo recuerdo que antes era un insulto y hoy ha desaparecido porque el contenido de esa palabra se refería a conceptos tan tiviales hoy en día como "amor libre" (ya no hay lo que antes se llamaba abiertamente putones verbeneros) "poliamor" o "pareja abierta". La libertad por encima de todo, el hedonismo y la entrega al amor o al sexo de cualquier manera se admiten hoy, no es necesario ni saludable contemplarlo como si fuera un fuego sagrado, una pasión. Además, las pasiones amorosas son sospechosas, degeneran en maltrato muerte y suicidio del "matador".

Hablando de libertad, es curioso que en el siglo XIX ser liberal era ser de izquierdas y en el XIX significa ser de derechas. (pero eso es otra historia) 

Este libro se parece también al Quijote porque está muy bien escrito y por su costumbrismo que conscientemente recoge aquello que va a desaparecer. 

Creo que todo el mundo sabe el final: la muerte de la protagonista, que es un larguísimo escarmiento que desaconseja definitivamente la romántica idea de envenenarse, además Emna resulta ridícula y escarnecida socialmente, porque por su lecho de vómitos y dolores pasa "to dios". Aproximadamente los mismos que van a su largo entierro. La obra es tremendamente crítica con la sociedad francesa de aquel pueblo: marido estúpido, amantes flojos, boticarios, tenderos, prestamistas, notarios, salen muy mal parados. La única con cabeza es su suegra, aunque tampoco despierta simpatía. 

No se puede ser más conservador y desconfiado.

Es un libro imprescindible, de cuya lectura, aunque haya metido por medio un hermoso viaje a Portugal, ya puedo preciarme. 

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