Este otoño apareció ya el frío, hace una semana o un poco más. Yo me resfríe y tomé ibuprofeno, echamos otra manta sobre la cama. Voy abrigado por la casa con gorro y una vieja pelliza cómoda de mi padre, incluso con dos pantalones: uno de pijama y otro ancho de chándal. Pero resfriado se sufre, y por fin pusimos la calefacción sin tasa como otros años, ¡qué venga la factura que tenga que venir! He dejado de meter agua a enfriar al frigorífico y la tomo del tiempo. Nuestra casa tiene sesenta años y está expuesta a todos los aires. De vez en cuando me abrazo a los radiadores con un cariño constante.
Cuando se está enfermo la anómala incomodidad produce desasosiego; uno busca la causa y desearía encontrar al culpable. ¿Putin? Sí, pero no mucho, quizás. Todos los años me pasa esto en algún momento del invierno. Aunque este año desde que se ahonda el otoño nos hemos abrigado como nunca y aguantamos más la tentación de abrir el interruptor de la calefacción.
¿Y en Ucrania? Putin, sin duda. La gente andará muy abrigada, Muchas mantas, muchos catarros, mucha cama. Muchos muertos de frío o que el frío sin calentar ha dado la puntilla. Gente que se perderá para siempre y que había sido capaz de sobrevivir muchos inviernos. En los insomnios con los pies helados, con los mocos omnipresentes, con las tiritonas, todo será odio y preguntar ¿por qué?
Porque ellos no pueden encender y decir ¡que venga la factura que toque! no hay luz, ni gas porque una bomba que ya no busca conquistar, solo averiar, porque la resistencia se hizo dura hasta el punto de contraatacar, sino castigar, joder malamente. Todo porque alguien quiere restaurar un imperio e insuflar testosterona de la peor a un país que no sabe cómo manejar sin estos estímulos. Pero ahora no puede volver atrás y golpea mientras pierde terreno. Odiosamente, más odiosamente todavía, porque se ve impotente.
El odio que genere en los que lo estén sufriendo será inolvidable, ya nunca irá con el vecino en un partido de fútbol que no le importe, incluso las palabras rusas, las músicas rusas, la literatura y el cine con el que alimentó su cultura y sentimientos están manchados de rabia, de culpabilidad, seguramente por una generación.
Yo he superado mi catarro, ahora llueve y no hace tanto frío. En Ucrania no.
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