domingo, 4 de diciembre de 2022

La Fontana de Oro



Cada vez que leo un Benito Pérez Galdós soy consciente de que estoy leyendo lo inmejorable, aunque luego se me olvida. Soy enamoradizo, mucho más en lo literario que en lo personal, y me pasa también con las películas o las músicas, aunque los libros duran más.

Últimamente tampoco me tomo con tanta exaltación mis impresiones de literatura pasiva, no porque deje de llegar a ellas, sino porque soy consciente por experiencia de que se mitigarán por el paso del tiempo. Por eso mejor escribir, ahora que la tengo reciente; y mejor que escribir, copiar:

De todos los procedimientos que el espíritu emplea para atormentarse a sí mismo, el más terrible es la espera. Contra esto no hay remedio. Parece que ha de ser fácil resolverse a no esperar, apartar la imaginación de la cosa esperada y vivir sólo en un punto de la vida, en un momento del tiempo, sin esa dolorosa aspiración a lo venidero que desquicia el ser, sacándolo de su centro.

El hombre no cambia desde el siglo XIX, al menos, en sus maneras de ser, lo estúpido es no leer más a Galdós, que nos conocía tan bien y dejó tan bien expresado su conocimiento. 

Hay otra parte de la novela en la que cuenta exactamente lo que me ha pasado a mí tantas veces, como guitarrista, como profesor, y como efímero conferenciante, amén de otras veces en la vida que me he quedado con la palabra y no he sabido sacarlas afuera:

En todo orador hay dos entidades: el orador, propiamente dicho, y el hombre. Cuando el primero se dirige a la multitud, el segundo queda atrás, dentro, mejor dicho, hablando también. Dos peroraciones simultáneas son producidas por un mismo cerebro. Una es verbal y sonora: dejémosla al público. Otra es profunda y muda: examinémosala. L. describía, apostrofaba, rebatía, exponía, declamaba. Interiormente, la otra voz parecía decir esto <<¡Qué mal lo estoy haciendo! ¡No me aplauden! ¿qué debo decir ahora?... ¿Trataré este punto?....  No lo trato... ¿Y la idea que antes se me ocurrió?... Se me ha escapado...

Pues así de bueno es este gran libro, que transcurre en el momento en que el rey Fernando VII, obligado por la sublevación de Riego, acata la constitución de 1812. Sus protagonistas viven ese momento de renacido constitucionalismo liberal que acabó con la intervención de la Santa Alianza (los 100.000 hijos de San Luis) que invadieron España para restaurar el nefasto absolutismo del peor gobernante de la historia de nuestro país.

PD. Benito Pérez Galdós estuvo muchas veces en nuestras manos. Salía en los billetes verdes de mil pesetas.

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