martes, 13 de diciembre de 2022

Niñeces

No sé cuántas veces habré escrito esto antes aquí, pero últimamente lo pienso tanto, que me parece ostentación lo de mi felicidad infantil.



Fui libre para explorar y descubir. Toda la calle era nuestra, de los niños. La compartíamos con perros y gallinas sueltas que andaban por ahí, picoteando, aunque en esta foto no salgan. Esta es la plaza de mi pueblo cuando yo tenía once años. Por medio pasa la carretera, por la que podía venir un coche cada veinte minutos, y no demasiado deprisa, porque en cualquier momento pudiera salirle un perro, una gallina, o un niño.

Estos niños están en un bautizo peleándose por las pesetas, (escasos duros se tiraban) que lanzaban los padrinos para provecho de la chiquillería. Después de hacer el acompañamiento del niño desde la iglesia, llegábamos a la casa y normalmente nos poníamos en fila para que nos dieran antes un cucurucho de confites. Después llegaba el momento de tensión en el que podríamos conseguir dinero, a mí por entonces me daban cinco pesetas de paga, (y ahorraba) con lo que conseguir dos o tres pesetas más lanzándose al suelo, bien valdría rozarse las rodillas, recibir un empujón o un cabezazo involuntario. Por cierto, si se entendía asambleariamente por los niños que los padrinos no habían tirado las monedas suficientes, se cantaba una canción brutal de la que no me acuerdo entera ¡Bautizo roñoso!¡Bautizo roñoso!  como los padrinos no siguieran tirando monedas acababa con el niño arrojado a  un pozo. que era lo que rimaba con roñoso. Brutos que éramos los de los pueblos.

Los niños de ahora no andan sueltos.Cierto es que en 1976 no existían en los pueblos depravados, ni droga: como mucho podíamos comprarnos, ahorrando, tabaco barato: una cajetilla de Peninsulares sin emboquillar, -lo sé porque me la compré a medias con un amigo y nos la fumamos a escondidas - valía cuatro pesetas, una caja de cerillas costaba cincuenta céntimos. Había mucha gente y poca televisión, todos cuidaban de todos y un puñado de fiestas eran colectivas. No sé si habría cinco coches en un pueblo de ochocientos habitantes por entonces.

Siempre que escribo de mi niñez los pensamientos vienen más rápido que mi capacidad para escribirlos y es muy difícil de controlar. Esos niños se pegaban: no puedo contar todas las peleas, a buenas y a malas, que he tenido yo en mis primeros trece años. Los grandes abusaban de su fuerza con los pequeños. Teníamos miedo de molestar según a quien. Había que gestionar los miedos y jerarquías. Nos tirábamos piedras, nos acanteábamos. Y nunca faltaban mocos perpetuos en invierno. En nuestras casas generalmente no había frigoríficos, con lo que no había más que lo justo para comer, ni refrescos, ni dulces, ni más que una o dos clases de fruta, siempre del tiempo, y unas latas de aceite donde se guardaban los torreznos longanizas y lomos de la mantanza... aunque de vez en cuando mi madre se estiraba y merendábamos pan con chocolate barato de Quintanar de la Orden (Toledo); el de Las Tres Tazas era mucho mejor, pero también algo más caro.

Fuimos niños a quienes los padres nunca y las madres puede que solo cuando fuéramos parvulitos, nos fueron a buscar a la escuela. No creo que hubiera ningún niño de entonces de más de cinco años a quien llevaran sus padres o abuelos. Los abuelos de entonces no estaban para eso ni de lejos.

Los niños de ahora, son niños pixelados, sobreprotegidos. ¿Qué sentido tiene eso de "a la salida te espero" si está todo lleno de padres, madres y abuelos a la puerta?

No digo que hayamos salido perfectamente educados, aprendíamos las cosas mirando la naturaleza, o con la tribu, nos las enseñaban los mayores, o las oíamos sin que se dieran cuenta, siempre había "enteraos" que no habían entendido bien o se inventaban historias, y porfiábamos. Ahora, si hay alguna duda, se consulta a la Wikipedia.

Imaginad lo triste que hubiera sido la infancia de todos estos niños con un móvil por todo horizonte, como los de ahora.

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