Me encantan estas fotos. Esta es una fotografía hecha con cámara, (caducó el escáner que compré hace quince años) lamentablemente no os he podido reproducir más allá del ochenta por ciento de su belleza.
Gracias a la muerte de esta mujer en su primer parto, arrastrando a la criatura que esta pareja había engendrado, estamos aquí: yo escribiendo y vosotros leyendo este blog. Parece poca cosa, pero le debo la vida a esa tragedia; toda mi vida. Ayer volvía escuchando la alegría de los Beatles en mi coche y pensé en el asesino de John Lennon, de apellido Chapman, alguien odioso que nunca debió existir, o al menos debió morir de cualquier manera antes de matar al Beatle en Central Park. Bueno, pues la eliminación de esta mujer gracias a las condiciones medico-sanitarias de la España de los años veinte (del siglo pasado, debemos decir, porque ya estamos en los años veinte, poco felices, por cierto) es para mí más perentoria y vital que el que hubiera desaparecido antes el maldito asesino de John.
Me disperso. Ni siquiera conozco tu nombre, mujer. Sé que eras hermana del suegro de una tía mía, y que fuiste la primera esposa de mi abuelo. Puedo explicarme que esta foto estuviera aparte de las otras de la casa de mi abuela que escaneé hace quince años, porque representa una vía muerta, una frustrada traición previa a nuestro destino familiar, un escollo que hubo de desaparecer para que se formara un matrimonio: el de mi abuela María Sáez Mayo, con el hombre que aparece en la fotografía, Joaquín Mayo Velayos, mi abuelo.
Sí, coinciden en un apellido porque eran primos carnales.
Simultáneamente a tu muerte en parto, se produjo la del hermano de tu marido, que era novio de la que sería su mujer, (y fue de meningitis, de tuberculosis o de alguna enfermedad de la que murieran los mozos de los felices años 20) María, que parece que no tenía ojos más que para sus primos. Se juntaron un roto y un descosido, y María y Joaquín se casaron. Pero no fueron mucho tiempo felices, ni comieron muchas perdices; al poco se inició la Guerra Civil, y Joaquín entró en el Ayuntamiento que impusieron los "nacionales" y de haber empujado el frente de guerra los republicanos, como sucedió en las Cinco Villas, setenta kilómetros más, le habría pasado como a los de Cuevas del Valle, fusilado de no haber escapado. Pero ese es otro azar que no se dio aunque tampoco escapó el que mi abuelo falleciera en 1938 de una septicemia, -consta en el Registro Civil-, o de carbunco o ántrax, o de la picadura de un tábano mientras sollaba una oveja, decía mi padre. El caso es que murió en plena guerra, malos momentos, si es que los hay buenos, para que desaparezca el cabeza de familia dejando este panorama, que ya es de posguerra.
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