miércoles, 23 de marzo de 2022

Un día de Gulag

 

UN día de Gulag se debía de hacer larguísimo, el libro es corto a diferencia del titánico Archipiélago Gulag, pero no deja de ser prolijo en sus lecciones. Cuando hay un poder absoluto que machaca sin piedad a sus súbditos díscolos (y ahora pienso en la valiente periodista que se cruzó hace pocos días con un cartel contra la Guerra de Putin en un informativo de la televisión rusa) la vileza humana se multiplica, y con ella la picaresca como ciencia para sobrevivir. El libro es un tratado de jerarquías, de castigos, y de variedades y economías de la miseria en la comida. También es un tratado de albañilería: yo, que lo soy a mi paso, con mis escasos materiales, y con algún fracaso o éxito inesperad, lo he visto tan real que no puede no haber sido vivido, también he visto mis seis meses de peón de fábrica de jamones, que cumplí en Zaragoza.

Es un libro que da hambre, y también náuseas. Creo que la nación rusa, tan culta y tan engañada tantas veces a lo largo de la historia, ha debido hacer suyas leyendo estas experiencias y otras parecidas. Espero que alguna vez sean felices ciudadanos y no los conejillos sufridores de la historia.  Pero lo de esperar es más un deseo que una esperanza próxima.

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