Decía Unamuno en un soneto que comentamos en mi clase de literatura en el bachillerato.
Ciertamente yo me siento hermano o primo carnal de todos los que hablan mi lengua. Es estupendo entenderse con tanta gente y crea un verdadero vínculo de afectividad: siempre iré con Honduras cuando juegue contra Dinamarca al fútbol, siempre me dolerá más un terremoto que pase en Chile que uno que ocurra en Turquía o en Japón. Sabeis que leo mucha literatura hispanoamericana y aprendo con interés su historia, procurando también hacer mías sus variantes de nuestras palabras y de nuestros dichos, (y escribo "nuestros" comprendiéndolos a ellos).
Pero todo tendría un punto que rebosaría el vaso de mi paciencia.
Hoy leo que una de las ciudades ucranianas más bombardeadas es Jarkov, mayoritariamente rusoparlante. Creo que no tengo imaginación suficiente para representarme la rabia que podría generarse en mí que un misil, un cañonazo o una bomba, acabara con mi casa; solo con mi casa, aunque nadie de mi familia resultáramos heridos. Creo más: que aunque solo fuera un estremecimiento que causara una mosqueante grieta en una pared, si los causantes fueran los míos, los españoles fetén que hablaran mejor mi lengua, creo que desertaría para siempre de ellos, de su cultura, de sus tradiciones, creo que me esforzaría en hablar ucraniano, en traducir todos mis sentimientos de odio e impotencia a la lengua de mis vecinos pacíficos, los que no me tiraron bombas.
Supongo que habrá de todo. En Francia estuve en muchos lugares bombardeados por ingleses y norteamericanos para liberarla de los alemanes, todavía setenta y tantos años después hay un sentimiento agridulce, aunque aquello pueda ser más comprensible que la guerra de Putin sigue doliendo.
Todos queremos nuestra casa y nuestras cosas y aunque tengamos una ideología o unas afinidades culturales, creo que a la rabia concreta por la destrucción gratuita no lo supera nada. Siempre estará ahí.
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