sábado, 31 de agosto de 2013

VACACIONES EN GALICIA (1)

Con los cuatro días de vacaciones que me correspondían este verano y, animados por unos pronóstico soleado, habíamos planeado descubrir Galicia.
Gente me ha contado que ha ido varios veranos a esta región y nunca se han librado de lluvia, paraguas, escasa luz y un fresco excesivo para el disfrute relajado que corresponde al concepto de vacación.
Anticiparé el final: hemos tenido un tiempo excelente, extraordinario, aunque veréis que lo bueno también tiene sus aspectos muy malos.

Mucho mejor sería haber tenido lluvias y frío, no ver la luz de aquel océano gallego tan ancho, medioatisbar las torres de sus monumentos entre la neblina y pasear bajo el paraguas  con los pies que terminaran salpicados.
Porque ha ocurrido que, lo mismo que nosotros con nuestras vacaciones, los incendiarios habían planeado y aprovecharon para ejecutar su actividad criminal.

Es horrible y angustioso de respirar un incendio forestal. Yo sufrí uno directamente en Arenas de San Pedro en el año 2000. El sol se oscureció y las pavesas caían sobre mi terraza y el ahogo, la prisa, el estado de sitio, la desazón, el miedo, me oprimían furiosamente. Por fortuna cayó una tormenta y el hueco negro que se holló en aquel bosque no fue catastrófico.
Todavía padezco como una herida perenne del alma la amputación de uno de mis paisajes más queridos que, verdaderamente, me causó más dolor que la pérdida de cualquiera de mis familiares fallecidos, los cuales, al cabo, murieron con la vida cumplida: fue el horrible incendio del Noroeste del Barranco de las Cinco Villas. Menos mal que sucedió estando de vacaciones y no tuve que sufrirlo allí dentro. Un buen amigo me llamó por teléfono para darme una especie de pésame, así lo sentí; gracias César.
El humo picante, la angustia, la rabia, hicieron que atravesáramos Galicia hasta la costa de Vigo deteniéndonos casi sólo para hacer las paradas fisiológicas imprescindibles. No era lo previsto, hay muchas bellezas para ver por el camino y, siendo el mar el  premio gordo para cualquier persona de tierra adentro como yo, lo apropiado era ir degustando de menos a más.
La costa, la brisa que sopla del mar a la tierra, nos harían casi olvidar los malos humos y así fue. Pero dos días después, en Pontevedra, que está muy tierra adentro en su ría, sufrimos el asqueroso humo que, empujado por el viento costero, anegó todo y nos privó de aquel tranquilo paseo nocturno que nos gusta dar para conocer de otra manera las ciudades, con su noche y sus monumentos iluminados. La gente desalojaba las terrazas y abandonaba la calle y nosotros nos fuimos a refugiar al hotel para olvidar ese mal sueño. Entonces pensé seriamente que no merecía la pena sufrir Galicia así y que debíamos volvernos a casa.
Reflexioné sobre la incomodidad y la angustia que sufrían los pontevedreses, sobre sus comentarios rabiosos, sobre la privación del verde y su oxígeno, todo tornado a marrón, a cenizo, a descarnadas costillas de tizón..., y me dije que habiendo psicópatas incendiarios, (que son psicópatas aunque en muchos casos los  mueva alguna causa económica) no podemos dejarlo todo al estado; la respiración es demasiado importante como para dejársela a los gobiernos. Tenemos que ser antiincendiarios activos, nos va nada menos que nuestro aire en ello. Los ciudadanos deberíamos organizarnos para limpiar nuestros bosques, para vigilarlos, y después para ayudar a extinguir sus incendios, y todo de la misma manera que defendemos nuestra propiedad. Ninguna policía del mundo podría evitar los robos si nosotros no colaboráramos poniendo puertas, llaves, cerrojos, alarmas privadas: lo mismo deberíamos hacer con nuestro aire, con nuestro paisaje; defenderlo activamente, que el estado se encargue ponga el personal especializado, los aviones, helicópteros y los coches de bomberos.  

Los incendios afectan gravemente a la salud; igual que ella, se cuidan desde la prevención, los buenos hábitos, las comidas adecuadas, la higiene. Y no descubro nada aquí, porque todos lo sabemos muy bien: especialmente cuando estamos enfermos y cuando están ardiendo los bosques.
Los gallegos tienen unos montes que fueron necesarios para dar la madera con la que construyeron sus casas y sus muebles, también la leña con la que guisaron sus comidas y calentaron sus hogares. Ahora que todos nos hacemos urbanos, y nadie poda los bosques para calentarse en invierno. Ahora que los ganados engordan en prácticos establos,  no podemos consentir que el monte, ese que transformamos con pinos y eucaliptos, se vuelva un mero combustible para psicópatas o aprovechados.

Pero al día siguiente en Pontevedra nos salió un cielo azul sin humo; quizá el aire cambió de dirección o el fuego no era tan grande y fue apagado.  Seguimos el viaje aprovechando nuestras vacaciones. Los negros pensamientos abandonaron el primer plano, como cuando se recupera la salud.
Parece mal empezar esta crónica de las vacaciones en la hermosa Galicia por sus incendios; es, por mi parte, como desagradecido, desagradable, vengativo, casi fúnebre. Pero creo que debo ser fiel a mis sentimientos, y el primero que quería apuntar era el del dolor. Además citaré a Serrat  “aunque sea triste la verdad, lo peor es que no tiene remedio” .


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