jueves, 1 de agosto de 2013

Olivenza. Claro que merece la pena acercarse hasta allí.


Prefiero no conocer (y ahora con Internet es facilísimo) imágenes de  lugares desconocidos que puedo visitar. Quiero que me deslumbren o me decepcionen por sí mismos, que es mejor y también más justo.
Lo hice con Úbeda o Baeza el año pasado: no quise mirar nada, elegí que mis ojos perdieran la virginidad a lo grande.
Así ha pasado también con Olivenza, que no es tan espectacular. Pero, mientras uno se aleja de su casa y de los sitios conocidos, se pregunta si merecerá la pena hacer rodar tanto al coche; porque de ese lugar sólo conocía su nombre, que la ciudad tenía pasado portugués y una melodía popular: la jota de la uva.

Al llegar a Olivenza, uno entra, como en casi todos sitios, especialmente los llanos, por unas afueras anodinas; a veces un polígono industrial con su arquitectura funcional y sus recurrentes marcas. Más adelante, aparcamos dentro de la ciudad y nos ponemos a mirar. Poco a poco, uno va siendo conquistado por el arte público o por el popular.


Orgullosa de su pasado: Olivenza posee lo mejor del carácter portugués: limpio, cívico, silencioso, amable, cumplido, generoso, agradecido.., y ahora tiene las calles con los nombres españoles y los antiguos nombres portugueses.


Su joya principal es la buena educación, el civismo, que mantiene la blancura de sus casas. No vimos las estúpidas pintadas o firmas de los grafiteros, que tanto abundan. Casi todo era resplandeciente y acogedor. Aunque antes de la joya del civismo y esmero de sus habitantes, está la iglesia de la Magdalena con sus columnas retorcidas de estilo manuelino y sus cuadros en cerámica azul. Impresiona, es un arte diferente, y uno se alegra de que ahora sea española, aunque haya sido por la violencia de la historia.

Hay otra joya señalada, que es el sueño de Jessé, un retablo en la iglesia de Santa María del Castillo, pero siendo impresionante la iconografía religiosa, quiero llamar la atención sobre el completísimo museo etnográfico local. Por dos euros, uno no sólo recibe la subida a la torre y la información sobre un meteorito que cayó en esta localidad hace un siglo, sino que disfrutará del museo más completo sobre la vida de nuestros más cercanos antepasados, y es de una sobreabundancia y clase lo que allí se ha recogido, que  se van las horas en aprender y sorprenderse de lo que había antes en las casas o alrededor de los oficios de la gente.



El museo está constituido por donaciones de los oliventinos, por eso dije que la joya principal es la forma de ser de estos antiguos portugueses. 

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