Primero diré que existe en el
estado de Nuevo Méjico (Estados Unidos) una ciudad de más de medio millón de
habitantes con este nombre, pero nosotros sólo podemos permitirnos viajar a la Alburquerque original,
que pertenece a la provincia de Badajoz.
Aquí nació Luis Landero, uno de
los mejores escritores en español de la actualidad, del que he leído todos sus
libros, menos los dos últimos, aunque cuando caigan en mis manos tardarán poco
en ser devorados.
Después del entusiasmo por
Olivenza, Alburquerque parecía prometer tanto en el folleto de la zona que encontramos
en nuestro hotel, (la suelen recomendar junto a Jerez de los Caballeros, que ya
nos entusiasmó hace 7 años) que casi nos defraudó.
En primer lugar llegamos tarde,
hacia las tres y ya no encontramos para comer “de menú”. Nos tuvimos que
conformar con un pollo asado para llevar, guarnecido con las provisiones y frutas que solemos llevar en
el coche, comido a la incomodidad de unas escaleras donde nos sentamos a la vera del castillo.
Luego, la hora de la siesta -de
un sábado además- y la consiguiente paralización de la vida pueblerina terminó
por enturbiar la inicial idea de pasar la noche allí, con lo que partimos con
cierta premura para Valencia de Alcántara, donde descubriríamos que había un
festival de rock, -actividad poco recomendable para conciliar el sueño-, que
tenía ocupada la población, con lo cual continuaríamos hasta Alcántara, la del
puente, de la que hablaré en la siguiente entrada.
Tuvimos suerte con las nubes, y con la sombra que nos proporcionaban a veces.
Alburquerque tiene un castillo
roquero que une a su esbeltez un buenísimo estado de conservación. Desde el
adarve de su muralla se conquista con los ojos un amplio paisaje al sur. Sus
calles típicas, con abundancia de arcos apuntados, hacen que sea un pueblo objetivamente
encantador, pero a mi familia, que venía perfumada de Olivenza, le pareció un
tanto inhóspita. (Pido disculpas por esta injusticia, causada por las comparaciones,
las expectativas y la aletargante hora de la siesta).
Pregunté, a la única persona que vimos por la calle después de
comer, si sabía donde estaba la casa natal de Luis Landero, pero resultó ser un
turista como nosotros. Vi que la casa de la cultura de Alburquerque lleva el nombre
del escritor, pero seguramente es más madrileño que albrurquerquino -si es que
es así el gentilicio-. Opino que la adolescencia marca las inquietudes
literarias más que la infancia y este extraordinario escritor ya la pasó en
Madrid. (Seguramente quiero ahora opinar esto por haber desperdiciado la ocasión de encontrarme con él en su pueblo)
¿Se me nota un poco de frustración?
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