El lunes siguiente en el salón municipal
de plenos reunieron a esta fauna de desechos humanos y raciales. Se trataba de
hacer grupos para diversas tareas, (entreverando sexo débil, vagos conocidos y
esta raza tan reconocida), con gente que tuviera pinta de potenciales semitrabajadores que pudieran
tirar del grupo. El alcalde tomó la responsabilidad de distribuirnos. Sin
ningún preámbulo, realizó muy groseramente
la advertencia de que el horario era de siete a tres. (Trabajamos para el
Ayuntamiento, pero fuera del convenio municipal, que era de siete horas). Y este año va a haber mucha más vigilancia,
así que tomároslo en serio que si hay que echar a alguien se le echa. La gente quería ir con sus “amiguitos” de
otros años, y al alcalde trataba de evitarlo. Iba diseñando grupos para hacer
diferentes tareas: un muro en el Castañar, una pared en “El Bosque” limpieza de
caminos, pintar las líneas de la carretera... Este trabajo es de los más
difíciles de burlar, porque se hace en plena ciudad a la vista del público, y
además también lo ha de realizar gente con experiencia y cuidadosa, así que los
que querían trabajar y sabían hacerlo se apuntaba a esa actividad por no tener
malos rollos con vagos y abusones. En un
momento alcalde solicitó un voluntario para la herrería, alguien que sepa, y como yo me he pasado parte de la niñez dando a
una manivela de un ventilador que oxigenaba la hulla que daba calor a los
punteros que mi padre afilaba y templaba,
-¡Yo! Mi padre tenía una fragua y
yo le ayudaba
Dije, más que nada, por huir de
que me encuadraran con aquel tipo de
compañeros.
Iba de ayudante de un obrero que
estaba allí, aparte, a quien el alcalde no quiso renovar un contrato legal y
ahora lo tomaba en uno basura con la idea de que hiciera barandillas, verjas, o
puertas. – eso me dijo-.
Estupendo, -me dije yo- porque
podía aprender un oficio. Pues yo no tengo ni idea de soldar, -le respondí-
Pues aquí vas a aprender, -me
aseguró-.
Este obrero me llevó a los
almacenes municipales, que es donde está la herrería. Fuimos bien recibidos por
los obreros de plantilla que paraban para el bocadillo y comentaban la “putada”
de que hubieran echado a ese compañero y que ahora él tuviera que trabajar a
precio de saldo. Yo miraba el lugar de
trabajo, la herrumbre, las borriquetas, las barras y los listones metálicos,
todo tiznado y con olor a carbonilla. Estaba calculando de donde podrían llegar
los peligros para mi piel.
Pero estaba sucediendo que algún sobrino
de alguien, que estaba “recomendao”, había cometido el error de no levantar el
dedo antes que yo cuando dijeron herrería, y después de callarse. Sería uno de tantos con pocas luces. Le habían
mandado a un anejo llamado Fuentesosa, con Pepe el Patachicle: un cojo de 32
años, pelo heavy, y muchos tatuajes torpes, monocromos, azulones:
inequívocamente carcelarios. En cuanto los vi no tuve duda, pero poco después
me dijo que estaba con ”la condicional” y que tenía que ir todos los viernes a
Plasencia, “a mear”; es decir, que pasaba un control antidroga para seguir
disfrutando de la calle.
Acabo de anticipar detalles del
final del capítulo en el que tras algún telefonazo móvil, el propio Alcalde en
persona se presentó en la herrería y me preguntó que si había cortado alguna
vez hierros con “radial” a lo que le contesté la verdad: que no, entonces me
dijo que, como podía ser peligroso para mí el manejo de esa herramienta, yo
debía intercambiarme con otra persona “el nepote descarriado en tan
desrecomendable compañía”. Si le hubiera dicho que sí estoy seguro que me
habría dicho que si había soldado alguna vez con “autógena” y así hasta que
hubiera llegado a algún puerto donde enganchar esta excusa, que no le sirvió de
nada para quedar bien conmigo, porque yo ya había oído las llamadas que se habían
hecho y recibido preguntando por el sobrino en cuestión.
Pero el político no podía decirme
la verdad de que este puesto era para un recomendao.
Y a las doce me llevaron en coche a Fuentesosa,
pueblo anejo que ya conocía porque ya habíamos realizado la típica excursión
dominical familiar por esos alrededores. Bonito entorno. Cuarenta habitantes
como mucho. Hallé al Pepe antes mencionado, que estuvo también el pasado año en
este destino, con dos coleguitas matando el tiempo en este chollo del que nadie
se ocupa, "pasan de tí". "El alcalde Manolo es un tío enrollao y
no exige mucho". "Con decirte que me han vuelto a contratar este
año".
Acabóse la primera jornada de
cigarros y sentadas. A las 2, 20 h. dijo que nos íbamos, y apareció lo peor: el cojo era un piloto aficionado a los ralis, con sus barras cruzadas y su grupo sanguíneo. Por supuesto, tenía coche
tuneado con un alerón. Y yo me tenía que ir con él. Ya sabía que no valgo para
copiloto de carreras. Con ánimo de frenarle un poco (y de salvaguardar mi vida)
Realicé dos advertencias en cinco kilómetros, (yo no estaba dispuesto a pagar
tan cara una experiencia real a cambio de 18,03 € brutos, y nunca más brutos
que es día). Estoy seguro de que me apretaba hacia atrás en el asiento, y
resoplaba, con algo muy parecido al verdadero miedo. Me dio la impresión de que
el tipo disfrutaba haciéndomelo pasar, entonces supe que el buen rollo no iba a
nacer entre nosotros.
Martes Quedamos a las 8 en el Bar
Transportes. Yo no entro en bares ni con mi amigo Pablo y no se me iba a
ocurrir a entrar con ese maleante. Cumplidor, me planté a las 8 menos cinco por
corazonada. A las ocho y cuarto otro coche distinto, el Patachicle se
subió a la acera:
Tío, he perdido las llaves del local de las herramientas y te he pasado
a buscar a las ocho y no estabas.
Mi respuesta contundente, enseñando mi reloj, fue “Pa que te enteres,
llevo aquí desde menos cinco”.
Pero el Patachicle no se ofendió;
gente así está bien acostumbrada a que lo pillen de por vida por mentiroso, así
que siguió hablando como si nada.
Me fui enterando en muy poco
tiempo que era sea un minorista de drogas. Uno de sus tatuajes es la clásica
hoja de marihuana, y su teléfono sonó demasiadas veces esa mañana, y entreoí
sospechosas elipsis. Manejaba dinero. Fumaba mucho, como si el tabaco no
costara. Me dijo que las llaves las olvidó en Coria, adonde fue a comer. Coria
está 100 Km .
Sus negocios gravitaban en ese pueblo del noroeste cacereño.
Desde los primeros tiempos
procuré alejarme de él en el trabajo y hacer tareas propias “a mi ritmo con la
hoz” decía yo. Lo que no me apetecía era sacarle su tarea, que él arrimaría a
la mía, aunque le daba igual. Él declaró
que con la hoz no se entendía bien, que a ver si le traían la desbrozadora. Al
día siguiente le trajeron la desbrozadora
con la que hacía mucho ruido casi sin nueces. A la vuelta yo ya no sentí
tanto miedo de su conducción pero e susurraba cosas como ¿por aquí no se ponen los de la Guardia Civil ?: aquí
hay muchos ciclistas, ¡qué peligro tienen¡, ¿Y nunca han matao a ningún
ciclista por aquí?
Miércoles, Habíamos quedao a las
ocho menos cuarto porque el alcalde pedáneo ya le había echado el alto con el
horario: demasiados incumplimientos y exigencias en dos días. Acudí a menos
veinte y esperé leyendo El Estrangulador
de Manuel Vázquez Montalbán, hasta las ocho y cinco que fue cuando me volví a
casa y tomé las llaves para llevarme mi propio
coche. He sentido una gran liberación, llegué y hablé con el alcalde pedáneo,
que hasta ahora monopolizaba este Pepe. Le pedí una tarea para ese día, me fijó
una y la hice cumplidamente en una hora y media, pero dejé toda la broza sin
recoger para que se viera el trabajo y después
recogerla hacia las tres. En el interin me fui al campo a la sombra de unas
piedras con el Estrangulador, y cayeron 62 páginas. De esa manera acoplé al
trabajo, al sueldo y al hecho de gastar en gasoil un euro diario de los dieciocho que me
pagaban. Casi cumplía el horario y leía dos o tres horas mecido por el canto de
las chicharras. Fui casi feliz. El delincuente muchos días no venía, nunca la
jornada completa y no sé si al final le despidieron o el alcalde pasó de él. Yo
me trabajaba mis tres o cuatro horas a buen ritmo y en los recreos me leí diez
o doce libros, entre ellos Las Correcciones
de Jonatan Franzen. Dejé el pueblo y sus caminos bien limpios de zarzas y de
yerbajos, aparte de hacer una regadera y una piscina ayudando a un profesional de
la construcción que contrató el alcalde.
Hace tres veranos fuimos a ver un
cine al aire libre que daban en Fuentesosa y nos encontramos con Manolo el
alcalde pedáneo que, al reconocerme, me preguntó:
Oye Juan, ¿dónde estás trabajando? que te pido ahora mismo. Nunca me han
mandao un gachó mejor que tú.
Y lo dijo en serio, estoy seguro.
Juan me deleito con tus relatos. No siempre escribo, pero siempre leo.
ResponderEliminarUn saludo.