Pontevedra.
Es una
ciudad anodina de la que creo que nadie, -me parece que yo tampoco después de
visitarla-, tiene una imagen clara. Se trata de una capital de provincia
despojada de sus principales atributos: carece de catedral y su tributaria: el
pueblo de Vigo, seguramente la triplica en población, comercio y pujanza, y por
supuesto, en actualidad. Su nombre hace referencia a sus “puentes”, pero ninguno
de ellos me pareció tan espectacular o interesante como otros de los muchos que
hay en Galicia. Tiene, y es un adjetivo muy manido, un sencillo ritmo ciudadano
de plazas recoletas. Es curiosa de pasear pues conserva comercios
tradicionales que resultan idóneos para sumergirse en un ambiente intemporal de época; burgués y campesino. Establecimientos de horteras ataviados con guardapolvos, de las novelas de Galdós, por ejemplo.
Yo no
suelo disparar con flash, pero lo extraordinario de una virgen embarazada bien
lo vale. Después supe que esta virgen es la patrona de esta sencilla ciudad. Se
llama “de la O ” y
se la ve feliz y orgullosa de su embarazo; y hermosa, como
debe ser y como todas están.
Sólo la devoción popular impidió que todas las vírgenes de la O desaparecieran. La Iglesia Católica llegó a considerarlas imágenes obscenas. Un suerte, haber visto en vivo una de ellas. Por la publicidad "directa" de los restaurantes de Vigo y los fiascos gastronómicos no te asustes: pasa en cualquier destino turístico de importancia. En algunos, incluso, si te ven español los de los papeles ni se acercan (lo que sienta peor, al menos a mí). Pero creo que Galicia, en general, es un oasis de buena gastronomía a un precio asequible. Quizás sólo haya que salirse de Vigo.
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