sábado, 29 de julio de 2023

NADA EN DOMINGO



Soy propietario de quince o veinte umbrales, más de la mitad leídos ya, sin contar los que me prestaron o saqué de bibliotecas. Desde su anaquel me miran según paso hasta mi dormitorio y, cada tiempo, pico.

Creo que ya he escrito que hay que espaciarlos porque todos se parecen, todos suenan con esa voz de sabio arrogante, de artista encajador de palabras, (el lector las encaja como un boxeador contrario) de inventor de pensamientos inmóviles, que quizá todos albergábamos y él nos los descubre sin vergüenza. Muchas veces me río cómplice, diciéndome "eso también lo vi yo"... pero él se atrevió a escribirlo, naturalmente. 

Llevo leyendo a Umbral muchos años y ya no sé cuáles de mis pensamientos son suyos, ni cuáles de sus miradas son las que me han hecho a mí mirar como miro. La verdad es que no sé de cuántos libros soy hijo yo, y también de películas, documentales, entrevistas... ¿cuánto de lo que creo que es mío lo sembraron otros a boleo lanzando puñados con la mano como se hacía antes?

Esta vez todo el tiempo he sido muy dichoso con este libro en el que pasan muy pocas cosas, como en todos los de el maestro vallisoletano-madrileño; no me ha cansado, quizá porque sean 140 páginas, quizá porque esté más atractivamente escrito.

Si alguien quiere aprender a hacer el amor dando placer a una mujer, este libro contiene los conocimientos y conclusiones a los que también he podido llegar yo en la práctica. De verdad lo suscribo, la destilación de todos los ensayos errores y aciertos me llevaron a estas maneras, antes de haberlas leído aquí. Aunque el libro narra la vida de un solterón jubilado, putero, que así dudo pueda llegar a esa sabiduría. Umbral era un hombre casado.

El protagonista del libro es un antihéroe que aunque era un inadaptado a su trabajo, es mucho menos inadaptado a su jubilación y tansita por Madrid a la búsqueda de unas aventuras que merezcan la pena o si no, de una catástrofe que le haga naufragar del tedio de una buena vez.

Hay mucha jerga, mucho alcohol, (-priva que se decía entonces- alpiste) mucho güisqui Chivas, JB y otros, y una patente abominación de la cerveza.

Es una hermosa y elocuente obra, universal y de su tiempo, un espejo para los otoños masculinos. La palabra de la jerga del momento fue "retablo". No he sufrido la sobredosis de umbralismo que me ha abordado en otras lecturas, (y) (porque) ha habido momentos en que la he leído en voz alta.

La calificación moral del protagonista es pésima: no sirve de atenuante el que siempre esté bebiendo, pero es un personaje de los que conocemos, poseedor de ideas y visiones que hemos visto o creído ver (inteligencia o poesía) en nosotros mismos antes de esta lectura. Y uno perdona literariamente a estos personajes. La literatura es entrar en mundos, los juicios son para otro oficio. 

Joaquín Sabina es un umbraliano, no me cabe duda de que fue seminado por este autor.

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