Como mucha gente en el último siglo y medio disfruto leyendo a Vicente Blasco Ibáñez. Es un hombre ameno y muy preparado. Leí la Catedral y me llevó a la de Toledo y sus ceremonias, Cañas y Barro es un viaje al mundo de la huerta valenciana y los pescadores de la Albufera y Flor de Mayo es también el costumbrismo de los pescadores del Mediterráneo.
Supongo que la vida antes podía ser más productiva para un creador, no se perdía el tiempo viendo finales de Roland Garros, ni etapas del Tour de Francia, ni especiales sobre Massiel, como hice yo ayer. (Por cierto: me encantó descubrir toda la enjundia que atesora en su vida esta mujer). Dio tiempo, si uno es trabajador y profesional como Blasco, a vivir estudiar y escribir todo lo que escribió. Aunque yo pienso que siendo un hombre solicitado por los lectores y muy rico gracias a la venta de sus derechos en todo el mundo, lo normal que que tuviera algún equipo de ayudantes que le prepararan los detalles de los temas de sus novelas. No sé, ni me lo he estudiado: es un pensar, porque sin haber leído más que un 10% de su obra, abruma en su erudicción sobre las costumbres.
Leí la novela Sangre y Arena que es españolísima y prolija en detalles del toreo, la vida de los maletillas, la semana santa sevillana, el toreo... y que, a pesar de ello, ha conseguido que se hicieran tres películas en inglés por grandes figuras de Hollywood empezando por Rodolfo Valentino, siguiendo por Rita Hayword y Tyrone Power, y terminando por Sharon Stone.
Habla mucho de los caballos de los picadores que hace un siglo salían sin peto a la plaza a ofrecer sus tripas con todo su mal olor, (le noto un poco excéptico hacia la fiesta nacional) y habla de pasiones, como todo lo que he leído de este gran autor, postergado de la generación del 98 por ser demasiado popular y demasiado internacional.
Demasiado extenso, pero como decía mi padre "por mucho trigo nunca es mal año". Es una bendición para mi biblioteca y para mi vida, que se nutre no poco de ella.
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