Tengo un melocotonero más temprano que los demás, que, como es joven, además hijo de algún hueso de melocotón que me comí tiré al huerto y luego trasplanté a su ubicación actual, da poco más de dos docenas de melocotones (en Argentina se llaman duraznos)
Me los como con delectación, uno cada mañana, y me siento para ello a la sombra, en una silla bajo un manzano, sorbiendo su almíbar natural y escuchando su crujido, hasta rebañar su hueso. Es un placer magnífico, sublime, solitario, con los sentidos en primer plano sin interferencias.
Algún día moriré y sé que ahora solo soy una mezcla de química y electricidad activa que piensa que piensa, que piensa que disfruta y en el disfrute amplía el tiempo, pero nada fui, poco soy y menos quedará. Por enorme que sea la delicia, que lo es, o yo así subjetivamente la calibro y la paladeo no es nada en la infinita vida de los hombres y millones de billones de ceros en la historia del universo. (¿A quién le importa el universo mientras muerde un melocotón? ¿ A quién le importa ese lugar el resto del día?) . Pero esta sensación que hace florecer mis mañanas del mes de julio, se irá conmigo, y por ello quiero compartir este escrito para que exista en vosostros también, (que tampoco existís mucho) para que envidiéis mi paz, mi placer, (la envidia sofisticada también desaparecerá con el género humano) desaparecemos todos, es lo más triste de todo: ¿cómo, leyendo nombres de lápidas en los cementerios podemos imaginar que dentro hubo personas que tuvieron sublimes experiencias sexuales, devoraron estupendos asados, o simplemente saciaron su sed con agua fresca al entrar de la calle en verano?
Yo últimamente me engancho a los placeres con una fijeza hiperconsciente, para amplificarlos, para darlos valor.
El Dios omnipotente de las religiones no existe, si existiera comería este melocotón diario disfrutándolo conmigo. Dios soy, he sido yo, cada mañana, pero ya solo me quedan dos melocotones. Madurarán otros de otros árboles, que además prometen y cumplen más cantidad, pero estos son divinos. Mi hija se comió uno hace una semana, y coincidió en su alta consideración y su reconocimiento me hizo sentir la simpatía de su paladar y sus expresiones superlativas me colmaron de dicha.
Ojalá algún día sea famoso por alguna buena causa y tú, lector que aún no me lees, vivas un poco conmigo el sabor de mis melocotones recién arrancados del árbol.
melocotones que espero
otro melocotonero más, y mis ojos verdes, que se comerá la tierra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario