Cada vez me conozco mejor. Cuando tengo sueños procuro desmontarlos y buscar sus patas en los hechos que he vivido los días anteriores y casi siempre llego a desenmascararlos como en alguna película de Hichcoock. Ello me llena de satisfacción, más o menos como la que sienta un portero al adivinar y parar un penalti.
En la vida no onírica que circula por mis sentidos a veces suceden pequeños contratiempos o derrotas que, sin haberlas asumido como fuertes golpes, me dejan un hematoma moral y su consiguiente dolor, (dolor es mucho, llamémosle molestia). Es esa sensación de haber hecho algo mal sin recordar qué, que me deja zarandeado, escocido, de mal humor, como debiendo algo. Si reflexiono y lo averiguo, como que desactivo el principal daño del problema; si no me paro a hacerlo me acompañará el malestar, el mal humor, el derrotismo.
Pero también pasa lo contrario: a veces la vida me regala un pequeño triunfo y me pone de pletórico humor. Ayer, gracias a mi madre que llevó unos papeles que me faltaron anteayer, terminé el compromisio burocrático-fiscal que trae consigo la herencia de mi tía. Pudo ser eso, pero también el que en la página mendicante que tengo de Fotos Antiguas de Cardeñosa, (soy un fraile que va pidiendo limosna en forma de fotos con poco éxito), ayer me pusieron cuatro fotos preciosas.
Me sentí querido, seguido, respetado; un líder social, y además en "mi pueblo" que es de donde soy. Sentí también que el éxito y los aplausos de ayer animarán a las personas que pusieron esas fotos y a otras personas que aún no lo han hecho. Entonces lo van a hacer y todo se retroalimentará y funcionará solo.
En resumen, que ayer dormí como hacía mucho tiempo, y hoy todavía me dura la benéfica resaca de felicidad de las pequeñas cosas que no hacen ni historia personal.
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