lunes, 4 de abril de 2022

Una deuda pendiente

 

Treinta y cinco pesetas de mil novecientos noventa. Eso es lo que me costó sacar este libro de la estantería móvil de una tienda donde vendían un poco de todo, pero más que nada pan, prensa y loterías primitivas. De vez en cuando yo daba vueltas a los libros expuestos buscando alguna novedad, aunque siempre había lo mismo y después de varias veces de no decidir comprarle, lo llevé a mi casa. Yo tenía muy pocos libros por entonces, pero nunca hasta ahora, para desintoxicarme de alguna enredosa literatura mexicana, lo había abordado hasta bebérmelo.

Sí, literatura barata, betseler de estación, peliculero (seguro que hay película, y hasta me parece que la debo de haber visto aunque no me acuerde). No me cuesta trabajo representarme los duros personajes, ni la pistola Luger, ni las aduanas los trenes, los barcos, y el París de entonces que tan peliculero era y sigue siendo, (en mi cabeza aparecen todos esos personajes secundarios de la época de Casablanca, Peter Lorre y los demás) y yo me felicito otra vez de haber estado en esa película tan buena que es París, donde hasta he pasado varias veces por alguna de las estaciones de metro que salen en la novela.

Me siento bien, como habiendo cumplido un deleitoso deber: justo lo que buscaba he encontrado  al fin y con la propina de reflexiones, conocimientos y emociones que  siempre aporta un libro bueno, sólido, con oficio y beneficio. Un libro que me ha acompañado en tantas casas, estanterías, maletas, al fin me satisfizo, aunque haya tenido que ser después de la muerte de mi padre, que me acompañó todo este tiempo hasta que llegó su hora. Como con mi padre tengo la sensación de que al final me he portado bien, que he pagado la deuda, que hemos quedado en paz.

POSDATA ¡Ah! el libro es de 1939, mi padre era del 37 y nunca fue tan cosmopolita.

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