sábado, 14 de septiembre de 2013

VIAJE A GALICIA 8. (Orense)

ORENSE
Teníamos pensado ver esta ciudad de ida, pero ya se sabe que el acoso del humo nos llevó directamente a la costa. Después de estar saciados del arte de Santiago y de Tuy no nos apetecía ya tomar este aperitivo a la vuelta, pero las leyes del sueño hicieron que tuviéramos que hacer noche.




Orense es una ciudad moderna asentada en un valle alrededor del río Miño. Centrada en un airoso puente de 34 metros de altura de piedra que llaman “romano”, parece que no tiene mucho más. Además estaba desagradablemente tostada en los montes circundantes por los recientes incendios que aún hidroaviones continuaban apagando una semana después. Pero había que dormir.
En medio de Orense hay una fuente termal que se llama “Las Burgas”. Es de uso público y gratuito. Ir a escaldarse un dedo con el agua azufrosa y casi hirviente es uno de los reclamos y nosotros lo cumplimos. Desde ese fenómeno uno se siente anonadado ante este viejo joven planeta mientras piensa que todos los días de mi envejecida vida las Burgas han estado trabajando ahí, manando su agua caliente, y así estaban desde los romanos, manando distinta agua aunque igual de caliente y ¿por qué vamos a dudarlo? desde poco después que se configurara la tierra: miles de millones de años.



El calor que conozco es una cosa que se enciende y se apaga; tiene una vida tan escasa, tan joven y tan efímera que no lo comprendo de otra manera. Los calores más largos son los malditos incendios forestales que se suelen agotar antes de una una semana. Pero éste está ahí y ahí seguro que sigue más de una semana después mientras yo he olvidado, dormido, trabajado, comido  y descomido, visto películas, escuchado noticias...y también seguiría manando caliente a pesar de que yo aguantara la respiración hasta morir; mana calor incluso a pesar de esta crisis. 
La inevitable conclusión es lo mínimos que somos frente a nuestro simple planeta, a su vez es tan minúsculo dentro del universo...
Y siempre da vértigo el conocimiento en primer plano de estas cosas.



Pero Orense tiene algo mucho menos conocido que las Burgas, pero no menos singular: una asombrosa catedral ahogada entre edificios modernos, tan fea e irregular por fuera como sorprendente por dentro. Guarda tesoros como la capilla del Santo Cristo de Orense, que no  me atreví a fotografiar iluminada porque la gente estaba muy apretada y fervorosa escuchando misa y nosotros éramos los únicos intrusos turistas curioseando aquella ceremonia que sucedía a las 11 de un jueves por la mañana. Al acabar, súbitamente me apagaron las luces, así que no puedo ofreceros su esplendor, pero traigo aquí el testimonio de un barroco subido de filigrana y voluta, muy dorado, deslumbrante aún sin iluminar, que por sí solo recompensó nuestra noche, y por el que merece la pena detener el viaje y desentrañar entre las implacables modernidades despersonalizadas, esta catedral, con pórtico de la gloria policromado, altar mayor, cúpula central y también estos recientes exvotos de cera de supersticiosos creyentes que rezaron por la salud de las personas y curación de las extremidades.








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