A Catalina, paisana que pide más Cardeñosa por aquí.
Soy español
y él está en la bandera republicana, también en la bandera
monárquica y en la madre de esa
bandera, que es la señera aragonesa; pero a mí no me gustan las banderas.
El amarillo vive
en mi alma y eso lo descubro cuando voy a Ávila, y a mi pueblo, Cardeñosa. Ya
lo escribí en El mar: ando pintando un cuadro y jugar con tubos de
pintura sobre la paleta me impregna el cerebro de colores de una manera que ya
no esperaba. Lo cual es prueba de que todavía no soy viejo, más
todavía: que soy niño. Y eso me da mucha alegría adulta, porque estoy en el momento que más se aprecia la frescura de
la niñez.
Soy de
tierra seca, de veranos esperando la cola de los cántaros en la fuente pública,
de sed en el campo, de no tener donde bañarme y sólo aprender a nadar (más bien a no
ahogarme con una tosca braza autodidacta) ya en Ávila, que fue a los 14 años.
Foto Cardeñosa, años 70, Fernando Méndez Velayos (creo)
Era por eso que creía que mi color era el verde, por mis anhelos de humedad, por la alegría tan plena, aunque tan efímera, que me daba verlo en primavera. Por eso, en gran parte, elegí para vivir Béjar, una ciudad a los pies de un gran bosque, bajo una sierra, donde llueve mucho y el agua nunca falta.
Era por eso que creía que mi color era el verde, por mis anhelos de humedad, por la alegría tan plena, aunque tan efímera, que me daba verlo en primavera. Por eso, en gran parte, elegí para vivir Béjar, una ciudad a los pies de un gran bosque, bajo una sierra, donde llueve mucho y el agua nunca falta.
Pero este
verano, no sé si será por la experiencia pictórica o por la dulce nostalgia de mis regresiones infantiles, mientras conducía hacía Ávila he disfrutado mucho de los
amarillos campos del Valle Amblés, con el sol del atardecer vibrando los colores de las cebadas segadas, de los tostados trigos o de las sencillas hierbas de la linde, y me he reconocido en el goce de
mis ojos.
La verdad es que los colores de la bandera franquista -perdón, nacional- son muy españoles. Llega un hijoputa, ve los campos amarillos, saca la cerilla y surge el rojo. Ahí tenemos España.
ResponderEliminarEntiendo tu nostalgia, Juan -el amarillo es el color de tu niñez-; yo me quedo con el verde.