Peregrinos, caminantes, deportistas.
Las gentes fluyen desde muy lejos hasta
Santiago.
Una vez que hube llegado, me gustó verlos a
ellos apurarse en los últimos metros golpeando sus palos toscos o labrados, agarrando
sus ergonómicos y ligerísimos bastones de titanio, con sus calzados
transpirantes y sus mayoritarios ropajes con tejidos de última generación para que la humedad no les
críe hongos, ni reumas; percibí el batir de ingles y de sobacos, tendones y
rodillas y gemelos, que aprietan los últimos pasos, músculos de todos los
colores, por llegar a la plaza. Traían en la frente la sal de los recientes
sudores, petrificada por el aire. Olían a polvo del camino, a motor de ácido láctico, a pies.
Ya visteis que vine en coche, sin empaparme ni empolvarme de camino y ya sabéis cómo me
recompensó la Plaza. Quise saber qué fue para
ellos que la ganaron remando con los brazos, poniendo a prueba sus tobillos
contra las piedras del camino, desafiando dolores presentes o futuros de
espalda con aquellas mochilas de hormiga. Escozores y callos, sabañones y
ampollas; inclemencias.
No sé si a ellos les colmó la plaza como a mí. Sí observé que algunos saltaban, y me parecieron un poco impropios, impostores,
exhibicionistas para que les viéramos. Otros hacían gestos más comedidos de
maravilla, de estupor, quizá hubiera alguno de decepción (habrá gente para todo, yo no vi de esto último).
Otros se abrazaban sinceramente, algunos muy contentos de reconocer a compañeros del camino que habían legado antes. Yo sólo contemplé el arte y su circunstancia como un turista más y siento un poco de envida. Hay gente que después de haber venido motorizada como yo, quiere volver a venir, esta vez haciendo camino.
Cada vez llegan más ciclistas, que no es lo mismo, apresurados deportistas.
Cada vez llegan más ciclistas, que no es lo mismo, apresurados deportistas.
Pero no quise hacerme el simpático preguntón, -ese que conocéis que entrevista a viejos y habla con senegaleses en el autobús-.
En Santiago y en el camino, hay demasiado pícaro pedigüeño y yo no quería pasar,
ni ser rechazado, como tal. Además, si hubiera prendido una interesante
conversación desinteresada, habría creado una potencial víctima de los cocodrilos.
Pero que sepáis que hubiera querido
entrevistarlos.
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