Este es un texto supuestamente teatral de
Manuel Azaña. Pero se parece a los Clownic, -eso si es teatro-, como un huevo a
una castaña.
Yo creo que más que un texto teatral es
un apunte político en forma de fantasía teatral con estereotipos que exponen
muchas razones de Azaña: su múltiple conocimiento de “lo que va de guerra”
-está fechado en abril de 1937-. Son largos alegatos, que describen la realidad
española y sus raíces “idiosincráticas”.
Es un texto imprescindible de nuestra guerra y muestra que el Presidente
conocía muy bien la realidad, (esta vez los españoles, en uno de los peores
momentos de la historia, fueron los que no estuvieron a la altura de su
gobernante) y sobre todo la derrota republicana. Todo escrito y argumentado
para ser leído. Sin embargo, parece poco releído por el autor, aunque sí
resulte bastante pulida su escritura, pero esto es causado por la soltura del
genio de la oratoria, y por la sólida visión política que tenía Don Manuel.
Por supuesto, tuvo que ser un texto
clandestino. Si se hubiera sabido, por los republicanos o por los nacionales,
lo que pensaba su autor, (el presidente de la república, el icono de los
republicanos que morían con su nombre en la boca), sobre la situación, habría
sido demoledor para la resistencia, para el triunfo o para el empate, por el
que todavía se pelearon casi dos años más.
El libro, en mi edición, viene acompañado por
la adaptación, que no puede resultar demasiado teatral por la gravedad de su
antecedente; sigue siendo de tesis y para mí, simplemente, lo adelgaza pero no
creo que consiga mucho aliciente dramático.
La obra fue estrenada en el Madrid de los 80
y supongo que a pesar de tanta rémora sería un éxito, pues ahí se pudo escuchar
al maravilloso José Bódalo, (uno de mis actores favoritos), a Agustín González, y otros, cuyas caras y
voces suenan a todos los de mi edad, pero sus nombres no dirían gran cosa a mi
público actual.
Tiene muchos exordios antológicos como éste:
La casa comenzó a arder por el tejado,
y los vecinos, en lugar de acudir todos a apagar el fuego, se han dedicado a
saquearse los unos a los otros y a llevarse cada cual lo que podía. Una de las
cosas más miserables de estos sucesos ha sido la disociación general, el asalto
al Estado y la disputa por sus despojos. Clase contra clase, partido contra
partido, región contra región, regiones contra el estado. El cabilismo racial
de los hispanos ha estallado con más fuerza que la rebelión misma, con tanta
fuerza que, durante mismos meses , no los ha dejado tener miedo de los rebeldes
y se han empleado en saciar ansias reprimidas. Un instinto de rapacidad egoísta
se ha sublevado, agarrando lo que tenía más a mano, si representaba o prometía
algún valor, económico o político, o simplemente de ostentación y aparato. Las
patrullas que abren un piso y se llevan los muebles no son de distinta calaña
que los secuestradores de empresas o incautadores de teatros y cines o
usurpadores de funciones del Estado. Apetito rapaz, guarnecido a veces de la
irritante petulancia de creerse en posesión de mejores luces, de mayor pericia,
o de méritos hasta ahora desconocidos.
Cada cual ha querido llevarse la mayor
parte del queso, de un queso que tiene entre sus dientes el zorro enemigo.
Cuando empezó la guerra, cada ciudad, cada provincia quiso hacer su guerra
particular. Barcelona quiso conquistar las Baleares y Aragón (...)
Los diputados iban al Ministerio de
la Guerra a pedir un avión para su
distrito <<que estaba muy abandonado>> como antes pedían una
estafeta o una escuela. ¡Y a veces se lo daban! En el fondo, provincianismo
fatuo, ignorancia, frivolidad de la mente española, sin excluir en ciertos
casos doblez, codicia, deslealtad, cobarde altanería delante del estado inerme,
inconsciencia, traición. La Generalidad se ha alzado con todo. El improvisado
Gobierno Vasco hace política internacional. En Valencia comistrajos y enjuagues
de todos conocidos partearon un gobiernito(...)
¡Pues si es en el ejército!. Nadie
quería rehacerlo, excepto unas cuantas personas que no fueron oídas. Cada
partido, cada provincia, cada sindical, han querido tener su ejército. En las
columnas de combatientes los batallones de un grupo no congeniaban con los de
otro, se hacían daño, se arrebataban los víveres, las municiones... tenían tan
poco conocimiento que, cuando se habló de reorganizar un ejército, lo
rechazaron, porque sería <<el ejército de la contrarrevolución>>
(...)
En Valencia, todos los pueblos armados
montaban grandes guardias, entorpecían el tránsito, consumían paellas, pero los
hombres con fusil no iban al frente cuando estaba a quinientos kilómetros. Se
reservaban para defender su tierra. (...)
En los talleres, incluso en los de
guerra, predomina el espíritu sindical, mientras en Madrid no había aviones de
caza, los obreros del taller de reparación de los Alcázares, se negaban a
prolongar la jornada y a trabajar los domingos (...) Valencia estuvo a punto de recibir a tiros
al Gobierno, cuando se fue de Madrid. Les molestaba su presencia porque temían
que atrajese los bombardeos. Hasta entonces no habían sentido la guerra.
Reciben mal a los refugiados porque consumen víveres (...)
Uno copiaría todo.
Considero que cualquier persona interesada en
la guerra civil debe leérselo.
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