La ciudad histórica de Córdoba está llena de
patios cordobeses. No concibo ningún lugar más benigno, para escuchar una
guitarra clásica o flamenca, que esa dimensión de vegetales y cerámicas ornando
el limpio encalado. Parece que a los visitantes, al meter la nariz curiosa y
admirativa, debieran siempre colmarnos de sensualidad con el almíbar que
destila un guitarreo en ese “marco incomparable”.
Muchas de las casonas con patios se han dedicado a restaurantes o a
hoteles . Yo tuve la suerte, mientras preguntaba alguna cosa, de escuchar a un
joven cliente que se daba el gustazo de tocar en el patio el Decamerón Negro de Leo Brouwer. El tiempo se detenía entre el
fluir de las notas y yo me demoré curioseando y hasta estuve a punto de
sentarme, el hostelero no me recriminaba que me quedara allí gozando. Todo era
tan natural...
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