Visita guiada a la catedral de Sigüenza.
No hay estadísticas, ni creo que las haya
nunca, por eso, me atrevo a afirmar “a bulto” que el 80% de los argentinos
maneja el idioma mejor que el 80% de los españoles. De este dato con pies de
barro infiero que entre el 20% de los españoles que hable tan bien o mejor
que la media del 80% de los argentinos seguramente hay muy poco porcentaje
que pueda competir con la excelencia del 20 % de argentinos que lo hablen
mejor.
Hago este exordio para recomendar la guía de tres
visitas a tres sitios muy interesantes.
La primera es una señora que rondará los 80
años, y que enseñaba el año pasado la colegiata de Berlanga de Duero en Soria.
Era como una guardesa del monumento, que explicaba la imponente iglesia a la
manera más popular (lástima de no haber portado mi grabadora étnica), buscando
en la desconfianza la complicidad del visitante, colocando anécdotas que
sonaban extremadamente apócrifas de tan graciosas, y alabanzas que a tomadas al
pie de la letra aproximan al monumento y sus contenidos a la mismísima Roma. Aprovecha la buena
señora para ilustrar a sus escasos seguidores, -nuestro grupo fue de cinco- lo
que cuesta restaurar e iluminar cada pieza que nos enseña y los acuciantes problemas
de robos sacrílegos que explican que vaya constantemente armada de un manojo de
llaves que van abriéndonos y cerrando las capillas. Siempre mira de reojo a los
otros visitantes que no la siguen, como si fueran intrusos, llegando a un punto
crucial donde nos narra como frustró un robo cuando los bandidos ya
tenían la pieza casi arrancada. En bastantes casos cuenta el retablo o el
capitel como un lorito y ninguno de los turistas osa cometer la grosería de
interrumpirla y comprometerla con una pregunta. Al final extendió su mano y yo,
que de ordinario soy poco voluntarioso, sorprendí a mi mujer e hija con un
óbolo impropio por lo alto.
También el año pasado tuvimos el ilustrativo
placer de asistir a la explicación del museo de la ciudad de Clunia, al sur de
la provincia de Burgos. Allí una saladísima y entusiasta mujer de unos cuarenta
y pico de años, nos maravilló con sus explicaciones geológicas, históricas y de
cómo se descubrieron los abastecimientos de agua de una singular meseta donde
sólo los ingeniosos romanos pudieron llegar a concebir y ejecutar termas y baños
públicos. No me corté de alabarla y nos reconoció que como no pudo conseguir la
oposición de maestra vuelca su vocación de esa manera; y que la salada no es
ella, sino su madre. Para mí, hasta hace un par de semanas, era el molde
platónico de visita guiada.
Esto sólo lo podía superar, (no sé por qué no
lo había pensado desde siempre), un argentino, con su naturalidad, su
prolijidad, su humor cómplice. Recursos,
que parecieron improvisados y casi infinitos dentro de la panoplia argumental
del mejor guía, a la docena de seguidores, que le preguntamos con abundancia y
nos colmó creciéndose con su aclaratorio arte con un idioma ya tan plateresco
como rioplatense.
Claro; los argentinos son capaces de hablar durante decenas de minutos,
sin muletillas, sin repetir la misma
palabra, demostrándote que ellos son los listos y tú te tienes que conformar
con seguirlos en su discurrir de malabares argumentos; y todo eso lo suelen
hacer vendiendo humo.
Pero si
a un argentino le das para explicar un continente como la catedral de
Sigüenza tan lleno de contenido y de historia, él toma sus poderes en forma de
arte palabreresco y prurito erudictivo (creo que se había leído sobre su
catedral todo lo leíble, incluido el libro de piedra que porta el Doncel), y
sólo puede resultar un espectáculo recomendable como atractivo per se para ir a la hermosa ciudad de la provincia de
Guadalajara.
Lo siento, porque ninguno de vosotros
querréis escuchar, si os toca en suerte,
al otro explicador, con aspecto de producto nacional, que vimos a la
mañana siguiente cuando agrupaba visitantes para iniciar su recorrido en la
capilla de los Vázquez de Arce.
PD. Este argentino es católico y trabaja para
la iglesia católica (que aún es bastante nacional católica) y nos habló de la
reconstrucción y recrecimiento de la
cúpula central que hundió un bombardeo de la guerra civil, y rompió un púlpito de alabastro sobre el que cayó parte del derrumbe. Nadie preguntó,
-supongo que todos dimos por sentado- y yo sentí el dolor del salvajismo
republicano, ¿a quien si no, se le
hubiera ocurrido bombardear esta catedral?
Porque en esa zona fronteriza no sabía en que parte de las dos españas
cayó Sigüenza y pensé, por analogía, que sería un vandálico aviador, como los
que bombardearon, para desmoralizar o para enrabietar o simplemente para
destruir, iglesias que yo sepa de Segovia o Ávila o El Pilar de Zaragoza. Pero
más tarde, al explicarnos que la sacristía había sido hospital y hace un par de
años salieron en el ABC fotos de las camas de los heridos en esa dependencia,
inferí y afirmipregunté ¿entonces quien bombardeó y destruyó la cúpula
tuvieron que ser los nacionales?, ahí le salió el oficio de la iglesia
católica que le proporciona el trabajo, que si la Legión Cóndor, que si fue la
torpeza de uno de los tanques que sitiaban la ciudad.
Lo que no me extrañaría es que las fotos del
derrumbe fueran, en su día, o sigan siendo presentadas por los franquistas de
hoy, como propias de la “barbarie roja”.
En cualquier caso, en una explicación tan
inteligente y prolija, nuestro guía debería habernos dicho “de primeras” y no
diez minutos más tarde “a preguntas de”, quiénes fueron autores del bombardeo
que tanta repulsa causó en la audiencia en el primer enunciado que se hizo.
Pero quien paga manda y nunca mejor dicho, el obispado -o quien mande allí-, no
va a permitir (hoy nunca mejor dicho) que se tiren de oficio piedras en
el propio tejado.
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