Me interesa leer lo que otros no leen.
Por eso escasamente podré disfrutar de esa actualidad en la que los masivos
compradores de libros gustan en coincidir(1). En este siglo he leído sólo dos
libros del presente. Hace siete u ocho años me dejaron “Las Correcciones” de
Johnatan Franzen. Me gustó, aunque no creo que sea, ni de lejos, la mejor
novela que se haya escrito en el milenio. Y ahora tengo entre mis manos,
prestada por Comendador, “El Mapa y el Territorio” de Michel Houellebecq. En ambas novelas salen personajes y
situaciones actuales, internet, gastronomía, aeropuertos y móviles, y muchas
consideraciones económicas y estéticas. Se hacen cotidianamente fáciles de
leer, aunque uno extraña estar haciendo esto en un volumen encuadernado con
tapas duras; el lector discurre por ellas como por la actualidad de la radio o
internet, no sabiendo si permanecerán por mucho tiempo: la actualidad y la
economía caducan cada 12 horas.
Sólo el pasado es eterno. Uno recuerda el
pretencioso París de Rayuela como parte de la eternidad literaria. El París
donde transita Jed Martin, el personaje de Houellebecq, es más real, más caro
(como debe ser en la realidad) , más entreverado con toda esta misma vida que
nos llega a todos por los medios de comunicación y uno lo lee sin
mixtificación, sin carisma. A estas alturas en un mundo de usar y tirar que se
desgasta irremisiblemente, nada nos deslumbra.
(1)
aunque desde siempre, y
singularmente desde el bombazo de El
Nombre de la Rosa de Umberto Eco lo que más se lee y en lo que más se
coincide es en la novela histórica.
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