martes, 20 de marzo de 2012

Vivir la poesía.

El pueblo salmantino de Juzbado tiene el dudoso patrimonio de albergar una instalación nuclear en su término municipal, pero también la contrapartida de que el alcalde que hoy administra sus réditos sea sensible, trabajador y culto. Se llama Fernando Rubio de la Iglesia y tiene una tiorba, lo cual nos viene a indicar que estudió guitarra con aprovechamiento y predilección por el repertorio renacentista y barroco;  y que decidió especializarse e invertir en un instrumento que se hace de encargo (lleva cuerdas de tripa, y muchos  bordones arriba, que actúan como resonantes). Tiene que costar un pastón comprarlo y mantenerlo, por lo que, cualquiera que se compre una tiorba, como quien se compra una viola da gamba o un clavecín, lo hace con criterios de cuasi profesionalidad, y se comprende que ya domina la guitarra, el violonchelo o el piano y que quiere acercarse al repertorio de la época con criterios de máxima fidelidad.



 El pueblo donde ha repetido con mayoría absoluta este alcalde, está situado en un promontorio que se asoma a la rica vega del Tormes y el Ayuntamiento ha decidido organizar unas rutas de senderismo y crear un mirador en un berrocal granítico. Para deleite y reflexión de los visitantes, han emprendido una antología poética grabada en placas de bronce que emplazan en rincones significativos, y como es un pueblo rico, se traen a los autores, (vi también placas con versos de Gamoneda) para que lean en aquellas piedras su obra y aprovechan para auto agasajarse, y agasajarnos con una fiesta.



Fue el pasado sábado 17 que traían al matrimonio  Félix Grande y Paquita Aguirre, y ya sabéis mis lectores la devoción que tengo por el autor de la Balada del Abuelo Palancas. Hasta Juzbado fuimos. La tarde nos recibió con lluvia, que en este invierno ya es empezar a regalar. Después, en poética procesión, escuchamos a los animosos recitadores, aunque estén ambos entrados en años; él tiene 75 y ella, más delicados, 81. Coincidió salir al mirador en un atardecer luminoso, recién lavado por la lluvia, y nos sentimos en buen sitio y en buena compañía; es decir, disfrutamos.



Hubo un momento dramático: alguna aviesa corriente rozó la salud de Paquita Aguirre y pudo haberse venido abajo el colofón que era un recital más cómodo en el salón de actos. El matrimonio homenajeado nos regaló el arte de sus voces en poemas de amor y posguerra. Supe allí que el padre de Paquita fue pintor republicano y que, habiendo salido para Francia tras la toma de Cataluña, volvió creyendo en la promesa de que nada les pasaría a quienes no tuvieran delitos de sangre: la injusticia franquista le adjudicó garrote vil en 1942. El pintor, que por su arte tenía entrada en la enciclopedia Espasa, fue desalojado en la siguiente edición en represalia por aquel republicanismo ¡qué triste!

Entreverando el recital, el alcalde tiorbista y la que supongo su mujer, nos regalaron un aria de John Dowland que cantó ella y música de Bach para fondo en los recitados, que, por momentos, paralizaba a Félix.

Después (mitómano que es uno) me acerqué a que Félix Grande me firmara en el libro de cuentos “Té con pastas” y  nos trató con mucha simpatía.



El final fue una comilona alegre para todos, más que en los tebeos de Asterix. (aquí el bardo toca muy bien y no hay que amordazarlo)


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