Hace casi diez años leí “Galíndez” de Vázquez Montalbán y me entusiasmó. (Lo tenía pendiente desde que en 1990 en una entrevista de radio le preguntaron a Vargas Llosa cuál había sido el libro de literatura que más le había gustado ese año y dijo dos: el Galíndez y “Juegos de la edad tardía” de Luis Landero.) Tuvo razón. Pero si Vargas Llosa osó seguir sacando piedra de aquella cantera es porque se sentía capaz, al menos de igualarla, cosa que ha conseguido.
En este caso he tenido la poca precaución de ver la película, que hace un año cayó en mis manos. Tengo que decir que es muy buena y, aunque, con muy buen criterio, no recoge toda la historia, está muy bien llevada por un director llamado Luis Llosa. MarioVargas ha tenido suerte, por lo menos, con dos adaptaciones al cine, la primera que vi “La ciudad y los perros” de Lombardi también parcial, pero maravillosa (seguramente habrá sido la película peruana más vista en España), hacia el año 85 y la otra es esta. Hay más que no recuerdo, pero creo que existe una adaptación que dirigió el propio escritor de “Pantaleón y las visitadoras” pero creo que se arrepintió de aquello más todavía que de presentarse a la presidencia del Perú. (La adaptación de “la guerra del fin del mundo” yo se la hubiera encargado por la estética a Pier Paolo Passolini, pero le mataron antes de que se gestara el libro).
La Fiesta del Chivo está a la altura de su autor en oficio, pulso narrativo, suspense y calidad literaria. Uno se siente conmovido y asqueado por el asfixiante abuso del pueblo dominicano, blanco de las correrías y de las corridas del dictador Trujillo sus hijos y sus secuaces, incluido el raso lumpen paramilitar llamado “caliés”.
Como historiador contemporáneo que quiero ser, me atrevo a criticar a Vargas Llosa la indelicadeza en el tratamiento hacia las mujeres dominicanas que sufrieron tan exasperante abuso por parte de aquella gentuza. En el Barranco de las Cinco Villas en 1936 hubo violaciones por parte de los nacionales, algunas seguida de asesinato, pero, por lo que me han contado, no estimo que sean más de cinco en Cuevas y otra en Santa Cruz del Valle (aunque la violación es el delito con más cifra negra, por muchas razones, pero, sobre todo, por lo vergonzante que es para la víctima) . Afortunadamente en el Valle no fueron indiscriminadas porque recordar eso es más doloroso que la misma muerte.
No creo que en la República Dominicana las heridas estén cerradas, en cualquier caso un libro como éste hace que mucha gente le dé vueltas a la cabeza sobre si sus madres, tías o abuelas, fueron tumbadas por la vileza de la caterva trujillista.
El dominicano es un pueblo pobre, indefenso hasta para que le recuerden este sucio pasado. No creo que otros pueblos hispanoamericanos hubiesen dejado de rebelarse ante esta redundancia de semen irrespetuoso, indiscriminado, extendido como mancha sospechosa sobre sus mujeres de los 40, 50 y 60. (A lo mejor lo hicieron y yo no me enteré, es lo que tiene no leer las novelas cuando salen y están de moda)
He hecho memoria y sólo recuerdo a tres dominicanos ricos, el baloncestista Chicho Sibilio, y los músicos Michel Camilo y Juan Luís Guerra. Sin embargo, he conocido personalmente –profesionalmente- bastantes pobres mujeres y pobres hijos inmigrantes, gente vulnerable dispuesta a casarse con un viejo agricultor de pueblo con tal de salir de aquella pobreza. Y ya aquí, se meten en problemas, no diré más que he visto llorar a dominicanas cuando me contaban sus peripecias o las de su familia.
La segunda parte del libro el suspense se vuelca cuesta abajo en el mejor sentido y uno, a pesar de haber visto la película está deseando que los asesinos, los “ajusticiadores” triunfen y se salven y el libro se devora a trancos. Luego está la figura de Balaguer un hombrecillo viejo y ciego que en las cumbres iberoamericanas se pasaba el rato haciendo panegíricos trasnochados de Colón y de la raza. Admito que me lo pongan en duda, pero me ha parecido que el libro le salva y que gracias a su inteligencia y sangre fría (he borrado todo lo que seguía, no destripo sino que invito a leer el libro)
P. D. Gracias Silvio, por echarme en los brazos de Mario.
Estimado Juan:
ResponderEliminarMe gusta curiosear en los temas de su blog, como sigo haciendo en el Segunda Cita de Silvio Rodríguez. Ahí le descubrí y me cayó Vd. simpático en aquel momento conflictivo. Me pareció bien traído el cuento de Juan José Arreola “El Principiante” con el que creo que Vd. reflejaba su sentimiento magullado por el maltrato que recibió de Silvio.
También estaba yo en desacuerdo con aquellos ataques a Vargas Llosa y desde entonces ese empecinamiento negador fue, también para mí, un acicate y he leído casi toda su obra que, sépalo, no estaba demasiado a la vista en mi país, Colombia, menos en mi ciudad, Cartagena de Indias, precisamente por ser el antagonista de nuestro onmipresente Nobel.
Es un honor y un atractivo turístico para mi ciudad que viva aquí Gabo. Muchas gentes de todo el mundo peregrinan y dan varias vueltas al palacete donde supuestamente vive. Hace muchos años que no se le ve, quizás no esté ahí. Muchas veces pienso si ese lugar no es ya un cenotafio.
Su presencia ambiental, de cualquier modo, resulta opresiva para esta cartagenera: libros, fotografías, camisetas, cuadros en serie de macondos y aracatacas: toda clase de souvenirs para de curiosos monoteístas de nuestro convecino, que fotografían cada ventana, cada piedra, cada teja, cada hoja de árbol de la residencia.
Hace siete años, una prima trabajaba al servicio de la casa de Don Gabriel. Sabiendo mi afición por leer, me regaló una hoja escrita a ordenador, con correcciones y anotaciones manuscritas en rojo. Su reverso había sido utilizado para una lista de recados, que era lo que a ella le competía.
El anverso contiene un pequeño relato que ya no tiene sentido. Dejó de tenerlo cuando el amigo Fidel Castro decidió también “morirse en vida”, o “vivirse en muerte” como aquel famoso Cid Campeador. La última arremetida a su vigencia se la dio la concesión del Nobel a Vargas Llosa, que tuvo la dicha de empatarle el partido en los últimos minutos. -Aprovecho para recomendarle, Juan, si no las ha leído aún “Los cuadernos de don Rigoberto” y “La casa verde”.-
Terminé aquel relato. Me gustaría que me permitiera utilizar su blog para publicarlo. Mi país -ya lo sabe usted- es tan apasionado de la muerte, que a un futbolista que perdió un balón en la última línea de defensa, le pegaron cuatro tiros. No quiero yo nada parecido.
Mi nombre es Evelinda Jaramillo, pero no lo busque en Internet, que ya –por precaución- lo hice yo antes.
EL PUNTO FINAL
ResponderEliminarUna tarde, el más famoso escritor del mundo decidió que ya estaba harto de que trataran de excitarle para que abriera la boca, recibiera un premio, escribiera unas líneas sobre un libro. Le espantaba la cortesía de rebatir a antiguos amigos que intentaban allegarse de amigables componedores para conseguir que el santo literato exudara reliquias.
“Sólo me queda morirme.”
No se trataba de un paso hacia el abismo, sino de un arabesco. Pensó que setenta y ocho años eran una buena edad para morirse, y por qué él no podía permitirse poner punto cabal a su biografía, del mismo modo que había rematado por su cuenta sus obras, -esas decenas de historias que eran un personaje más importante que él mismo- Quien pudo lo más, debe poder hacer lo menos.
Durante media hora meditó sobre si su historia estaba perfectamente redondeada, o si aún debía hacerse un sitio más amplio para colgar su hamaca en el Olimpo. Concluyó que no era razonable estirar la arcilla. Además, con cabeza de agente literario: es un buen momento para lanzarlo a la imprenta; en los próximos días no parece que ningún acontecimiento pudiera eclipsar la traca de homenajes que me van a corresponder.
Esa noche volvió a fantasear con la almohada de una manera que tenía olvidada desde que era escritor aspirante, y se sintió flotado por un benéfico vértigo de juventud.
A la mañana siguiente la idea le había resistido agarrada a su cabeza. Aún siguió decantando matices mientras esperaba a que su mujer se despertara. Mercedes era la opinión que siempre había estimado y la única persona que le había conocido en su más mínima desnudez. Allí, en la horizontalidad del lecho matrimonial comenzó a contarlo. El argumentar en voz alta asentaba sus razones. Las palabras pronunciadas se quedaban talladas en el aire como evidencias y su eco en el techo las devolvía como resultandos. Al acabar su exposición estaba casi tercamente convencido de que era lo único que se podía hacer con la historia de García Márquez.
“Será un lujo soberbio, mirar el cortejo desde el balcón” “Puedo llegar a situarme en el punto de vista de mesías resucitado”. “Además, será estupendo escuchar a los voceros haciendo el paripé del respeto al ataúd, a la vez que atornillan peros biliosos a mi extinta biografía”.
“En el más desastroso de los casos, si se descubriera con el tiempo la farsa de García Márquez..., ya nadie creerá nunca en mi muerte real”. Conseguiré la inmortalidad. Es una vuelta de tuerca a la realidad mágica. Mi aliento se quedará flotando medio siglo más. Escojo ser fantasma, pasar al limbo de Elvis, Lady Di, Ben Laden...
“Además, si te murieras tú antes, Mercedes, yo daría demasiada pena. Sería una agonía que el mundo no me desea. Se me ha visto siempre tan enamorado... Puedo asegurarte que me parecería una traición escribir de algo tan triste como la viudez en que me dejaras. Yo no quiero componer tu obituario.”
“Por otra parte, a ti te corresponde el ser la viuda desconsolada por la gran pérdida cuya tristeza podrá entender el orbe. Será una manera de alumbrarte un poco. El mundo literario te lo debe”.
Hacía tiempo que ella no le oía ese revoloteo de paloma encerrada en habitación. Era una pena no abrirle la ventana. Como pareja, los dos se habían encomendado siempre a la intuición de Gabriel. Les había ido bien. Ella abrió de par en par:
“Te das cuenta, si te descubrieran resucitado, como sería un acto televisivo, sería irreal, nadie lo creería, habría millones de apóstoles Tomás”.
- Pero Cristo no hizo nada de mérito desde entonces.
- La verdad es que tampoco a nadie se le ha ocurrido nunca como acabar esa historia.
- Y tiene un éxito más que contrastado.
Mercedes llamó a sus hijos para una reunión insoslayable: no nos han diagnosticado un cáncer, pero tenemos que decir algo que no se puede tratar por teléfono.
ResponderEliminarEl domingo siguiente el patriarca tomó la palabra. Se sintió mal teniendo que hacer un primer exordio defensivo para cimentar que no era ninguna chochera lo que iba a exponer.
Entendieron las razones. Para ellos siempre ha sido difícil ser hijos de Gabriel García Márquez, y comprendieron que su padre tendría más razones para estar escocido del propio corsé.
Alguno bromeó: “también es un aliciente saber como se vive siendo huérfano de García Márquez”.
Sobre la mesa de aquel salón se diseñó el teatro de operaciones. Había que ejecutarlo bien, primero llamar al abogado de la familia. En aquel momento Gabriel se le vino a la imaginación El Padrino, testigos falsos, contratos de silencio, encontrar algún maestro escultor de cera que hiciera su apócrifo. Habrá que hablar con el presidente de la Republica; debiera conocerlo.
Porque me harán funerales de estado. Imagínense una tregua de respeto entre las FARC y los paramilitares.
También puedo elegir mi enfermedad fatal, incluso puedo elegir la más conveniente para la conciencia sanitaria. Habrá que consultarlo con el ministro de sanidad.
¡Qué omnipotencia poder supervisar la imagen de mi cadáver! Ahora me veo faraón.
Está empezando a crecerle, el relato tomaba cuerpo de novela.
“Esta tarde me siento muy pagado de esta familia siciliana que hemos hecho, Mercedes.”
Creo que lo más placentero será tenderme en la hamaca escuchando los epitafios de los amigos y de los enemigos. Vargas Llosa ya no me podrá empatar el Nobel en vida. ¿Por qué no darle ese disgusto?
Considero que no me apetece brindar al mundo otra agonía papal. Mejor una muerte repentina, dejar la idea de que estuve gozando hasta el penúltimo día. Si quiero escribir, mi ordenador podrá volcar en la impresora obra póstuma. Y si fuera decrépita los culpables serían los herederos espoleados por los editores ansiosos de hacer caja con los despojos literarios del genio.
Me voy a reír mucho. Los ditirambos finales me darán un subidón de ánimo. Debería tener un cardiólogo cerca esos días. Puede que me muera de éxito.
Papá tú eres el único en el mundo que puede permitirse protagonizar ese sentimiento.
Su mujer y sus hijos contemplaban la última obra del genio.
Démonos prisa, no vaya a sorprenderme la verdad.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarGracias Evelinda, y bienvenida. Mi blog se honra de tener lectoras y comentaristas como Vd. Me ha gustado su relato y al leerlo me representaba escuchar la voz de Gabriel García Márquez.
EliminarTe voy a tutear: Quiero creerte, aunque este voluntarismo por mi parte es demasiado para ser cierto; me conviene y le conviene a mi blog.
Gracias también por la recomendación. Hace doce años leí Los cuadernos de don Rigoberto. Me atrapó cuando lo hojeaba en una biblioteca pública y no pude dejarlo, el final me dejó un poco frío, aunque lo comprendo. Gracias por venir aquí y por este relato. A ver si pronto leo la Casa Verde.