Me descubro sibarita. Tengo en mis manos mi edición de libro favorita, su tacto áspero a cartón rústico, su letra correctamente percutida, con lo justo de blanco y lo justo de negro negrísimo en cada página. Es una edición de Alfaguara de 1980. Cortazár todavía vivía, se nota cuando lo leo: me sale su voz de bajo gutural sus dificultades con la egue (la r), sus pausas, porque este mismo libro, o el anterior, o el siguiente, pudo tenerlo él en sus manos. En los 90 me pasaron una cinta de casette del genio leyendo su "obga" y la copié, y la seguí copiando para regalar a los amigos especiales. Creo que estoy vivo gracias a esa cinta y a otra en la que Susana Rinaldi terminaba cantando en París A pesar de todo... de Eladia Blázquez.
Tengo que buscar el video de Repulsión de Polanski.
En mis años de residencia en el Sur de Gredos tenía a mi cargo el pueblo de El Arenal. Allí el apellido Cortázar es tan corriente como en Cardeñosa el Garcinuño. Impresiona a un admirador del cronopio Julio tratar con tanto Cortázar: citarlos, embargarlos, o notificarlos una sentencia desfavorable (si se me escapó alguno vivo, o le dí algún punto de razón sin que lo mereciera, fue en homenaje a tí, Julio).
Disfruto de la vista y del tacto, y a veces leo con mi voz más grave y gutural algunos párrafos; no puedo estar más feliz. Afuera llueve reverdeciendo la verdérrima hierba de este placido otoño, mientras brotan traviesas caléndulas en mi huerto.
Hay que atesorar momentos de felicidad porque algún día la vida me presentará las facturas de todo esto en forma de feo, enfermo, sucio, débil, demente, muerto.
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