Recuerdo que al principio de la pandemia salía un vídeo o un escrito de un niño que decía: el bicho está fuera, si nos quedamos en casa los próximos 15 días se aburre y se va.
Parece que no, después de los 15 días vinieron un montón de 15 días más y el bicho no se fue. Resulta que había asintomáticos, que llegan casos importados, incluso se dice que algunos que lo han padecido no quedan inmunes. Imaginemos una vacuna que sirva solo para unos meses y luego haya que revacunarse constantemente.
A lo peor tenemos bicho para toda la vida. Entonces, o ya mismo, habrá que plantearse si vivir o subvivir.
Claro que podemos vivir como nuestros abuelos que no conocieron el mar más que en la guerra o en la mili, que se les pasaban los meses y los años sin salir de su pueblo.
Para qué queremos coches entonces, y hoteles y restaurantes ¿para qué hacen falta tantos aviones?
El hombre vivió la omnipotencia turística hasta primeros del siglo XXI, después...
Yo, el pasado fin de semana, que tenía un día de fiesta, elegí vivir, arriesgarme a ir a playas españolas y portuguesas. Podrían haberme contagiado, confinado o sometido a una cuarentena; pero no, viví y puedo contarlo. De momento.
Yo creo que voy a elegir vivir, volver a coger el coche en dirección a Francia o Italia, así cuando me cierren definitivamente tendré para mí la satisfacción de ser de los últimos que hayan triunfado sobre el miedo.
Porque según están las cosas ¿quién se atreve a decir que el 31 de julio de 2021 no vayamos a estar todos igual de alicortados que ahora?
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