Cuando los veo los quiero, a veces no sé si me enamoro o les adopto, porque muchos podrían ser mis hijos. Como existe esto de la Internet puedo rastrearles y seguirlos. Cuando hago esto veo sus aledaños, compañeros de escuela de arte dramático o de funciones, y todos son guapos, listos, muy artistas. Seguramente hijos de padres cultos que, como mi mujer y yo a nuestra hija, los llevaron de pequeños a todos los teatrillos donde quisieron ir, los compraron todos los libros y colecciones de libros que mostraban interés en leer, y celebraron cada golpe de talento o de personalidad que mostraran en público o en privado.
Probablemente esa sea la diferencia por la que hoy hay veinte veces más artistas por ciento de jóvenes, que en mis tiempos. Muchos padres somos cultos, tenemos casas algo más grandes, no hemos emprendido más que uno o dos hijos, y albergamos un nebuloso sentimiento de que nosotros también podríamos haber sido artistas si nos hubieran encauzado, porque sueños también tuvimos.
Ahí están, sin prisas, o ya comenzando a pensar que se pasa el arroz, formándose, inventando proyectos, asistiendo a castings, como nosotros asistimos a oposiciones, para salir de casa, para independizarse y dejar de pedir dinero, para hacer sentir orgullosos a sus abuelos, tíos o vecinos, para retribuir toda la ilusión, esperanzas y euros invertidos por los padres en su formación artística.
Pero las carreras artísticas de la mayor parte de los actores son cortas, escuálidas, injustas, frustrantes, o nulas. Sí: a los padres de ahora no les importa que sus hijos traten de seguir sus sueños; siempre tendrán a la vuelta su habitación en la casa y toda la seguridad económica que podamos aportarles mientras se recolocan en la anodina vida productiva, si es que lo consiguen.
Porque el arte es muy difícil. Hay demasiados para poco, están todos muy dotados, y, además, aquí, tienen la competencia de actores argentinos, colombianos, venezolanos, cubanos, chilenos..., hasta franceses. Todos los actores y actrices, por la cuenta que les tiene, están o estarán, dispuestos a vivir del teatro o del cine de sus sueños en cualquier lugar del mundo bajo cualquier condición y a cambio de cualquier dinero que se lo permita o que, incluso, no llegue a permitírselo. Ese viene a ser el triunfo de su vida. Creo que muchos se conformarían con no salir nunca de este mundo, aunque fuera cortando entradas, limpiando escenarios y patios de butacas o conduciendo furgonetas, montando o desmontando cualquier aledaño de su sueño.
El pasado domingo en Olmedo, en la obra Crimen y Telón de Ron Lalá, que es, entre otras cosas, un homenaje al teatro, de pronto los focos apuntaron para el técnico de luces y también para el técnico de sonido, después para la regidora, que pudieron actuar unos segundos. También eran buenos actores. Por ese lapso cumplieron su sueño eterno de lucirse ante mucho público en una obra profesional y rentable, seguramente eso intentaron a tope hace unos años y quizá mientras tanto o poco después tuvieron la vista de enrolarse en un oficio, del que quizá vivan regularmente mucho tiempo, cerca del teatro.
Les pasa a los toreros, a los futbolistas, a los músicos, a los pintores, a los escritores: la mayoría terminamos de juguetes rotos, intentando después enganchar mal y tarde, en cualquier trabajo para comer y pagar facturas, pidiendo a penúltima hora tener descendencia en la que poner los sueños de que ella sí pueda.
Cermonia de la boda de Claudio con Gertrudis. Nosotros estamos en el centro, me agacho para que ella me corone, pero estamos tapados por otros. (fotografía bajada de la página de los Hamlet entre todos.)
Escribo todo esto, porque el domingo 22 por la mañana, sobre las diez y cuarto serían, me estuvo mirando fijamente a los ojos una mujer; fueron varios minutos y fue a treinta centímetros: la distancia más peligrosa. Temí caer en el abismo de un beso de verdad. Estábamos representando para nosotros mismos la boda entre Claudio y Gertrudis, dentro del teatro de entrevero sobre Hamlet. Yo no sabía, pensé que era una del público más. Eso era en teoría, como yo, que había venido a este espectáculo a sentirlo desde dentro, pero me enamoraron sus ojos y la intensidad de su mirada, sería una aficionada al teatro como tantas otras que había entre el público. Nos casamos teatralmente, y para mí la ceremonia en la que nos aceptamos como esposos, tuvo su turbada emoción, nos besamos y me abrazó con mucha más entrega que la que este recio y corto abulense haya recibido nunca de una mujer, salvo dentro de una cama. Se me quedaron sus ojos prendidos y, al día siguiente, investigué entre los "megustas" de la obra, quién podía ser: pinché varias mujeres hasta que encontré su rostro en el Facebook. ¡Qué buenas fotos tenía! Sí: eran sus ojos. Luego curioseé sobre sus amistades, eran casi todos teatreros. Seguí curioseando y ya no me cupo duda. Después vi su página promocional en una suerte de libro de actores o actrices disponibles que muestran sus trabajos. Aquellos ojos tan intensos no los había descubierto yo, eran de una actriz, una de tantas jóvenes actrices que se quisieran encontrar la vida dentro de su sueño de toda la vida y estaba allí, en Olmedo, viendo a sus compañeros de Los Números Imaginarios, y el azar le hizo, participando en la obra, tropezar su mirada con este padre de familia que venía a ver teatro esa mañana sin saber que se encontraría con esta función privadísima, de ojos brujos y abrazo estremecedor.
Ahora sé su nombre, espero que no considere un acoso el que me haya centrado hoy en ella, pero en agradecimiento por la calidad de esa mirada le deseo que tenga más suerte y viva más tiempo de su sueño que todos los demás soñadores, que con el mismo derecho y amor, y parecido talento y edad, se buscan la vida. Gracias Marta Matute por tu mirada de cine. .http://www.castingactores.es/actor/4103
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