Pienso que soy un republicano a
quien no molestan los reyes, porque, además, considero que salen más baratos, y que quizá puedan ser hasta más útiles. Creo, pues,
que no quiero ser monárquico, pero este libro, muy bien escrito por el solvente
y concienzudo historiador británico Paul Preston, me ha hecho un poco más
defensor de la historia de la Transición y de la figura del Rey Juan Carlos; parte la viví como espectador adolescente, y me resuena mucho en esta biografía
que he degustado.
El libro, que se publicó en 2002,
se centra en el periodo “heroico”que va desde que a Juan Carlos le montan en un
tren a los ocho años, dejando a sus padres y hermanos atrás, porque Franco
había exigido a su padre que, si su hijo quería tener opciones a sucederle,
tenía que ser educado en España, hasta el intenso 23 de febrero de 1981 que fue
su gran día.
Un niño de ocho años se viene en
la posguerra a un país tétrico, aislado por haber perdido la guerra mundial el
bando fascista, para ser formado por preceptores escogidos por el dictador, lejos de su familia. El
Rey, durante su niñez y adolescencia, fue moneda de negociación, de tensión,
porque fueron tensas las relaciones entre Franco que no quería que tras su
muerte volviera a haber república, sino monarquía, y su padre, Don Juan, que
quería, que si no era él rey que, al menos, lo fuera su hijo, para que el
Dictador no metiera como sucesores a otros de la familia o de una familia
nueva.
Ser una pelota de tenis es una
situación inhumana; el libro reconoce que este hombre tuvo que sacrificar su niñez y juventud, y yo me lo creo, y declaro que me
parece digno de compasión, y además de que le agradezco este sacrificio, que
considero necesario.
Paul Preston se especializó en
estudiar a Franco, así que ya tenía hecho casi medio libro, porque a la sombra
de Franco fueron cultivándose desde el 47 al 75, las opciones de este niño que
crecía, se casó , tuvo hijos, fue humillado muchas veces, le tocó nadar
contracorriente esquivando troncos y mientras tanto, sonreír al tendido,
queriendo ser, desde el principio como postulaba su padre, un rey
constitucional, no dictatorial como se le impuso jurar para ser, al final
designado. Nadar y guardar la ropa mientras se nada es difícil sin mojarse, así
que Juan Carlos se mojó lo menos posible como para ser presentable. En 1969 le
presentaron, pero todavía tuvo que sortear, en los setenta, más maniobras de
calado que quisieron apearle del cargo en vida de Franco.
Descubrir que el Rey, de quien me
he burlado porque siempre leía papeles, a quien no he apreciado porque era un
pijo de la misma edad de mi padre que es un
cantero que ha pasado todo el frío y el solazo del mundo tabajando con sus manos
siempre encallecidas, mientras su quinto se untaba la mano con vaselina para que
resbalara de los saludos de la gente, ha tenido una verdadera mala
vida de tensiones y de trabajo duro para sacar adelante a su familia Real, es lo que
sorprende de este estudio. Me resisto a
ser juancarlista, pero mientras he leído este libro me ha resultado admirable,
no solo su biografía sino su
inteligencia, que era propia, (además de estar todo lo bien asesorado que se
quiera).
Es un libro que se lee con pasión
y satisfacción, además tiene fotos, que ayudan a recordar nuestro paso pasivo
por su vida.
Siendo un hombre providencial que
penosamente escaló hasta la cima del 23 de febrero del 81, después en el llano
ya perdió misterio, quedó en un funcionario superprivilegiado; se adocenó y no ha tenido ni la suerte ni el trabajo ni la prudencia con la que jugó sus cartas para ser rey y llegar a la democracia. Su
decadencia la hemos vivido en este siglo, donde lo mejor que ha hecho es
abdicar.
Creo que si sus coetáneos leemos
este libro le hacemos un homenaje silencioso y nos ponemos al día de la
historia de España de esos años. Os lo recomiendo.
Cualquier hecho en torno a Franco, tuvo algo de enfermizo, de psicopatía social y narcisismo revanchista, y esto del manejo de la jefatura de Estado no podía ser menos. Curiosamente, ya al año de guerra, en 1937, el abuelo, Alfonso XIII, declararía que Franco era un traidor; y nadie mejor que aquel rey para saberlo bien, que autosuspendió en excedencia su reinado a la espera de uno como Franco, pero vio que su, hasta entonces queridísimo y leal "Franquito", le daba la espalda o ninguneaba como si no existiera el rey ni el heredero, Juan.
ResponderEliminarDespués, las tensiones y peripecias serán constantes, el niño Juan Carlos como figura semisecuestrada entre los divorciados, príncipe Juan y caudillo Franco. Hay quien analiza como muy probable que si la nieta de Franco se hubiera casado antes con el primo Alfonso, Franco habría sido capaz de dar marcha atrás y, con una pirueta dinástica, haber dejado a su nieta el reino de España y el rastro genético de los Franco en la siguiente monarquía borbónica. No sé si Preston toca esas tensiones, pero se asegura que doña Carmen trataba a su nieta de alteza y le hacía el saludo besamanos y doblando rodilla como si reina fuera.
Otxoko, todo esto lo trata Preston, es un libro largo que transmite, (dicho en términos taurinos) sabiendo el final yo me ponía tenso pensando que no iba a conseguir la "sucesión"; y en el golpe de estado del 23 de febrero, también, creí que se liaba otra guerra. A pesar de que cuando lo viví en directo tuve muy claro que no podía pasar. Tengo comprado para leer Anatomía de un instante de Javier Cercas, en la que creo que Juan Carlos no sale tan bien librado, pero quiero interpolar algún otro libro.
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