Hoy se reúnen Pedro Sánchez y Quim Torra. Presidente del gobierno y de la "Generalitat" de Cataluña respectivamente. Ninguno de los dos estaría allí de no ser por el llamado "procés", así que deben estar contentos por concitar mi atención (que es poca, ya que huyo de que esos temas ocupen mi cabeza) y la de otros, que estarán mucho más concernidos.
El problema es que en este tema nadie va a convencer a nadie, o muy pocos a muy pocos, de un lado y de otro. Con cual nada va a cambiar. Habrá en España una mayoría aplastante que no admitimos que nos pidan sacarnos el pasaporte para entrar en Cataluña. Y en Cataluña la misma mitad de la población que considera lo español como algo que no va con ellos, a pesar de tener la otra mitad de los vecinos que sí se sienten españoles y no quieren que esto cambie. Y que se han despertado, haciéndose notar, para desconcierto de los otros, que creían que la calle era suya.
La cosa se llama convivir con el problema. Hay muchas estrategias: la principal es evitar cabrearse cuando un vecino celebra un gol de la selección española, habla español en el ascensor o tararea una canción de Alejandro Sanz. Lo mismo tiene que pasar pasar al revés.
Vivirlo con la mayor comodidad posible, como todo en la vida. Es el secreto de la vida, saberlo llevar y dentro de lo que cabe, encontrar la mejor cara.
Se llama conformismo, y es algo que revienta a los revolucionarios, a los integristas, a los nacionalistas de cualquier nación. Pero debemos vivir en un mundo de mansos que se entiendan o el menos, se toleren; ir procurando cambiar las normas o educar a la gente para que cambie.
Todo cuesta, la división cuesta, y el cambio también cuesta. Y todo tardará generaciones en cambiar, o en seguir igual.
Y habrá que pagar facturas, porque ninguna cosa que pasa es gratis.
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