Es un libro escrito, y muy bien, en 1962, que
se publicó en Méjico, por no ser admitido en un principio en España, aunque
luego parece haber tenido revisiones; esta es la definitiva, de 1982. Es muy entretenido, los son
aquellos años del final de la dictadura y el advenimiento, bastante pacífico para lo
que viene siendo costumbre, del régimen republicano.
Su autor es hijo del aristócrata Antonio
Maura, hombre que hizo época, como político, en las primeras décadas del
siglo XX, y que llegó a tener seguidores conocidos como “mauristas”. Miguel,
contraviniendo a parte de su familia, desertó de la monarquía, por razones que
argumenta en el libro: Fue conspirador y firmante del Pacto de San Sebastián
que, para él -y para mí después de leer el libro-, y a falta de documentarme
más, fue un elemento de estabilidad que propició que aquella transición ocurriera
sin vacíos de poder y con muy escasas víctimas. En su virtud de conspirador, Miguel Maura también “sufrió” cárcel, aunque de su estancia, sin soslayar la inevitable
referencia a las ratas que pululaban por las celdas, guarda una sensación de
extraño privilegio, pues de los allí encerrados con él:¡ que fueron Alcalá Zamora, Fernando de
los Ríos y Largo Caballero, entre otros, todo el mundo sabía que iban a ser los
próximos mandatarios en el país; de manera que fueron tratados entre algodones
y con las máximas comodidades carcelarias, sobre todo en materia de recepción
de comidas pantagruélicas y también, protagonistas de un hecho estrambótico: el candidato propuesto para
presidente por el rey por la mañana, José Sánchez Guerra, se dirigió por la tarde
a su cárcel suplicándoles que salieran de allí para ser ministros. Lo mejor del
asunto es que los conspiradores prefirieron continuar en la prisión ante lo podrido del régimen
monárquico. Renunciaron expresamente a intentar apuntalar con su presencia,
es decir, se mantuvieron firmes en su fe republicana para, poco después, entrar
en el gobierno ya como edificio del nuevo régimen.
Hay muchísimos toques de humor, es un libro muy instructivo, pero también muy divertido.
Hay muchísimos toques de humor, es un libro muy instructivo, pero también muy divertido.
Pero es un memorialista, como casi todos,
humano: se despacha a gusto con los compañeros de gobierno. Aunque dice querer
mucho a Azaña y haberle acompañado en sus últimos días de vida en el exilio
francés “comprendiendo su inmensa talla humana y política” nos habla y lo dice así, que existió, años antes, otro
Azaña orgulloso, miedoso con miedo cerval, taimado y propenso a componendas trapaceras
como, por ejemplo, -que no doy mucho crédito- salir al balcón de la Puerta del Sol, que fue
siempre el Ministerio de la
Gobernación , acompañado de un joven del Ateneo que leía una nota con la claudicación del gobierno ante las
exigencias de los manifestantes y también anunciaba -nada menos- que la disolución de la Guardia Civil ,
medida que ni en broma se había acordado, ni pensaba tomarse.
Es ahí donde pillé la deriva justificativista
del libro, aún no he comenzado el capítulo de “la quema de conventos” y ya veo
al huerto adonde me quiere llevar: que se vio maniatado y que los responsables
son otros.
Su lectura me estaba gustando tanto como los diarios de Azaña, porque está escrita con más tiempo y también con apoyo de citas, periódicos y libros de memorias. Es más completo, más asentado, no como Azaña, que tenía que
escribir entre los embates de la realidad, sin mucho tiempo, a diario. Por eso, aunque recomendaré el presente libro, porque es muy interesante por todo lo que contiene, ya miro a Miguel
Maura de soslayo, aunque también, he de lo reconocerlo, el libro me ha hecho mirar un
poco de soslayo a mi admirado Manuel Azaña, lo cual siempre es enseñanza. Su relato es muy instructivo y fue muy creíble hasta el momento en el que he
parado.
Creo que hay gente muy dotada para diseccionar muy bien la realidad aunque su subjetividad les pueda, tratándose de sí mismos; es lo humano. Como en las declaraciones de los acusados, sólo resultan absolutamente veraces las afirmaciones en contra de los intereses del autobiografiado.
Creo que hay gente muy dotada para diseccionar muy bien la realidad aunque su subjetividad les pueda, tratándose de sí mismos; es lo humano. Como en las declaraciones de los acusados, sólo resultan absolutamente veraces las afirmaciones en contra de los intereses del autobiografiado.
Está muy bien el libro, repito que invito a
leerlo. Lo único que lamento es haberos destripado el fin.
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