En cultura, todo lo que no se da, se pierde. Antonio Machado.
-¿Padre, por qué sembramos ahora sandías si me dijiste que
dejábamos esta tierra arada en barbecho para que descansara y así al año que
viene creciera fuerte el trigo?
-Pues hijo, porque las sandías no quitan pan. No
perjudicarán nuestra cosecha porque chupan de la tierra sustancias muy
diferentes que las que levanta el trigo.
En los meses de agosto empiezan a madurar escalonadamente
las sandías. Mi padre y yo íbamos con un carretillo cada uno y unos cuantos
sacos a recoger las sandías. El primer día que recorrimos la tierra él iba por
delante dándoles un golpecito con el dedo para detectar por el sonido y cortar
las que estaban maduras.
-¡Cago en la leche! Esta sandía la han “lobeao” estaba muy
mordida, la cortó y la arrojó lejos. -Seguimos y mi padre comentó: “pues si que
hay sequía este año, la zorra se ha tenido que venir hasta aquí, por lo menos,
desde El Montecillo”.
Más adelante encontramos varias un poco picadas de las
urracas.
-Estas las recogemos, hijo. Lo único que haremos será cortar
el cacho “tocado” y nos las comeremos las primeras para que no se estropeen.
Un poco más tarde, en los surcos más cercanos al camino,
vimos huellas de botas: alguien había
entrado y se había llevado sandías.
¡Me cago en la mar! Este desgraciao, se ha llevado una que
yo tenía echá el ojo.
Cuando hubimos llenado los sacos, mi padre apartó una sandía
de las picadas de las urracas y me dijo:
-Ven: ahora viene lo mejor de la tarde.
Estábamos sudorosos y sedientos, nos sentamos en los surcos
y mi padre cogió una de las sandías que estaban picadas de las urracas, quitó
con la navaja ese trozo y me dio una raja.
-Vas a ver lo rica que está. Las urracas son muy listas y
eligen las sandías más dulces.
Pasó un caminante y nos saludó:
-¡Buenas tardes, Librado.
-¡Buenas tardes J.!Pasa a refrescar un poco, que tenemos
abierta una sandía gorda.
-No, que luego se me
echa la tarde…
-Vamos, que sólo es un rato, vas a ver: arrope…
Entró. Se sentó con nosotros y, aunque el hombre parecía un
poco inquieto, nos comimos los tres la sandía.
-Pues qué rica estaba, muchas gracias, Librado.
-En ningún sitio saben más ricas las sandías que sentados
tranquilamente en el melonar de uno.
Cuando el hombre se volvió, mi padre me hizo una seña, para
que viera que las huellas eran idénticas a las del que unos metros más atrás, nos
había entrado otro día a robar las sandías.
Yo me indigné. El me dijo:
-Shssshh!!
Cuando volvíamos con los carretillos repletos de sandías ya
no pude morderme la lengua y le dije:
¿Por qué, si sabías que era el ladrón, le hemos invitado?
-Mira hijo, los niños
sois muy egoístas, algún día te darás cuenta que da muchísimo más placer
invitar que te inviten a ti.
-Pero padre, ¿para qué sembramos melonar si se aprovechan de él la zorra, las urracas y el ladrón?.
Mira hijo, no nos cuesta tanto trabajo: la tierra estaba
arada; sólo vinimos una tarde a sembrar unas cuantas pipas. Lo malo sería que
fuera un mal año, entonces no hay sandías pa nadie; pero si es un buen año,
como éste, hay sandías pa la zorra, pa las urracas, pal ladrón y pa nosotros;
nuestra ventaja es que nadie se come más a gusto las sandías en la tierra, y
tampoco ninguno puede llevárselas a sacos.
Mi padre: Librado Mayo Sáez
¡Bella historia Juan! Esos hombres que nos precedieron, puede que no tuviesen altos grados de escolaridad, pero tenían una enorme sapiencia y una gran filosofía de vida. Cuantas cosas aprendió aquel niño, aquella tarde. La memoria, don divino del ser humano. He disfrutado mucho este relato.
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