Los ídolos
El pasado sábado en el mercadillo de
Comendador tomé en mis manos este libro panfletario. Lo abrí, buscando los
datos que me concernían: -Cipriano Mera aparece a primeros de septiembre de
1936 en el Valle del Tiétar, llegando hasta Lanzahita-, en esos minutos de hojeo
concluí que efectivamente era un panfleto y que, casi con toda seguridad, no
me iba a aportar nada. No obstante, por el prestigio estético de mi ya no
pequeña biblioteca personal sobre la Guerra Civil , y por si acaso hubiera algo sobre
nuestro Barranco, lo compré.
Al calor de la libertad de edición que se
abrió tras la muerte de Franco surgieron muchos libros para satisfacer la demanda de conocer “la verdad del otro lado” que había sido tan denostado por el régimen militar durante casi cuarenta años.
1977 no era el momento de ser riguroso, de
poner la media verdad que faltaba, cotejarla, filtrarla, esclarecerla, sino de
vender (siempre es el momento de vender para los simples vendedores) y quienes tenían gana de comprar estos libros no estaban dispuestos a
que les dieran por ciertas muchas de las maldades que había exhibido el
franquismo machaconamente sobre los perdedores de la guerra; al contrario,
querían una vuelta de tortilla en toda regla, que los sanguinarios rojos se
transformaran en líderes valientes y morales.
Y para apuntalar la erección de los ídolos no
se reparaba en artificio legendario y completamente falaz. En este libro se
narra la, desde mi conocimiento, inexistente carga de caballería mora
sobre una población del Tiétar, (supuestamente
Lanzahita) que, por supuesto, no se cita, ni tampoco la fecha. En la narración, los anarquistas de Cipriano Mera, bien parapetados, contienen la respiración y
las ganas de apretar el gatillo para que se pongan bien a tiro los moros que se
aproximan con sus caballos y su griterío salvaje (estamos viendo la típica
estampa que se representa en Marruecos para los turistas) y, justo en el
momento ideal, Cipriano Mera da la orden de ¡fuego! y se descabalga a decenas aquellos
mercenarios y los caballos vuelven sin jinete, espantados por el ruido. (En
cuántas películas a cámara lenta, antes y
después de Sam Pekimpach, hemos visto esta escena)
Otra imagen falaz, -tampoco se sabe en que fecha ni
lugar sucedió-, es la de los dos líderes populares: el más famoso, Enrique
Líster, comunista de muy larga carrera,
que fuera recompensado con un mal poema de Machado si mi pluma valiera tu
pistola Oh Líster y nuestro Cipriano Mera, que deciden, para dar ejemplo de
su valor temerario, ponerse a descubierto en una trinchera, y aguantar el tipo
ante las balas, hasta el punto soberbio de llegar a ofrecerse tabaco y papel de fumar, liarlo y
prender el cigarro, mientras los nacionales disparan y las balas silban y zumban
al lado, y levantan polvo a los pies de los héroes.
El escritor, probablemente simpatizante
anarquista, recoge o directamente se inventa estas anécdotas y, aunque no creo
que se las creyera, porque son increíbles, las deja correr. Así, la persona que
hace treinta y tantos años compró por cincuenta pesetas este libro las daría por
bien empleadas diciendo: ¡qué verdades nos habían callado!
El problema para alguien como yo, que quiere
llegar hasta lo más lejos posible de la verdadera historia, es que encontrando
estos “datos” ya no es posible dar por cierto ningún otro que no esté
corroborado por otra fuente seria.
Así que no sé si terminar este libro sólo para ver su literatura en homenaje a este
hombre que debía ser un buen albañil, aunque no tan excelente como el libro se
molesta en mostrar, pero con su maestría en la paleta y el cemento se ganaría
el respeto de sus compañeros. El maestro albañil que, poco a poco, devino en
líder sindical de la CNT ,
que fue encarcelado varias veces y más tarde cuajaría en líder militar: le
sacaron de la cárcel donde estaba preso en julio de 1936, en octubre ya era
teniente coronel y en el 1938 fue ascendido a general, (todo a pesar de la
preponderancia de los comunistas que marginaban a los anarquistas).
Mera no es tan famoso como Durruti, porque no tuvo
la suerte histórica del martirio (1). Fue detenido tras escapar a Orán y a
punto de embarcarse para América por la Francia colaboracionista de Petain y entregado a
Franco cuyos tribunales militares le condenaron a muerte en 1944, aunque le conmutaron por 30 años de
cárcel y le indultaron el 1 de octubre de 1946, poniéndole en libertad vigilada
desde entonces, aunque consiguió burlarla y pasar a Francia el 11 de febrero de
1947 donde volvió a trabajar como albañil, muriendo el 24 de octubre de 1975,
menos de un mes antes que el hombre que tan sorprendente y tempranamente le
indultó, Franco.
(1) Buenaventura Durruti murió
paradójicamente en el hotel Ritz de
Madrid, que se había convertido en el
hospital de las Milicias Catalanas, el día 20 de noviembre, (el mismo en que
fue fusilado José Antonio Primo de Rivera y exactamente 40 años antes de que
para hacerlo coincidir –con José Antonio no con Durruti- mantuvieran vivo y
desconectaran a Franco) Durruti había sido herido mortalmente en la Ciudad Universitaria
de Madrid, entonces pleno frente de
guerra, por el disparo accidental o doloso de un compañero anarquista
apellidado Manzano, pero quedó como el prototipo de líder. Os añado que ya
tenía un amplio bagaje con una leyenda de atracos para la causa anarquista,
cárceles en España Bélgica y algún país iberoamericano, y ya en la Guerra Civil la
apoteósica salida de Barcelona pasando
por Aragón y presentándose con su columna a salvar la ciudad de Madrid del
fascismo que había llegado a sus puertas.
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