domingo, 29 de diciembre de 2013

LOS ÍDOLOS Y EL MÉTODO

 Los ídolos
El pasado sábado en el mercadillo de Comendador tomé en mis manos este libro panfletario. Lo abrí, buscando los datos que me concernían: -Cipriano Mera aparece a primeros de septiembre de 1936 en el Valle del Tiétar, llegando hasta Lanzahita-, en esos minutos de hojeo concluí que efectivamente era un panfleto y que, casi con toda seguridad, no me iba a aportar nada. No obstante, por el prestigio estético de mi ya no pequeña biblioteca personal sobre la Guerra Civil, y por si acaso hubiera algo sobre nuestro Barranco, lo compré.

Al calor de la libertad de edición que se abrió tras la muerte de Franco surgieron muchos libros para satisfacer la demanda de conocer “la verdad del otro lado” que había sido tan denostado  por el régimen militar durante casi cuarenta años.
1977 no era el momento de ser riguroso, de poner la media verdad que faltaba, cotejarla, filtrarla, esclarecerla, sino de vender (siempre es el momento de vender para los simples vendedores) y quienes tenían gana de comprar estos libros no estaban dispuestos a que les dieran por ciertas muchas de las maldades que había exhibido el franquismo machaconamente sobre los perdedores de la guerra; al contrario, querían una vuelta de tortilla en toda regla, que los sanguinarios rojos se transformaran en líderes valientes y morales.

Y para apuntalar la erección de los ídolos no se reparaba en artificio legendario y completamente falaz. En este libro se narra la, desde mi conocimiento, inexistente carga de caballería mora sobre  una población del Tiétar, (supuestamente Lanzahita) que, por supuesto, no se cita, ni tampoco la fecha. En la narración, los anarquistas de Cipriano Mera, bien parapetados, contienen la respiración y las ganas de apretar el gatillo para que se pongan bien a tiro los moros que se aproximan con sus caballos y su griterío salvaje (estamos viendo la típica estampa que se representa en Marruecos para los turistas) y, justo en el momento ideal, Cipriano Mera da la orden de ¡fuego! y se descabalga a decenas aquellos mercenarios y los caballos vuelven sin jinete, espantados por el ruido. (En cuántas películas a cámara lenta, antes y  después de Sam Pekimpach, hemos visto esta escena)
Otra imagen falaz, -tampoco se sabe en que fecha ni lugar sucedió-, es la de los dos líderes populares: el más famoso, Enrique Líster, comunista de muy larga carrera,  que fuera recompensado con un mal poema de Machado si mi pluma valiera tu pistola Oh Líster y nuestro Cipriano Mera, que deciden, para dar ejemplo de su valor temerario, ponerse a descubierto en una trinchera, y aguantar el tipo ante las balas, hasta el punto soberbio de llegar a ofrecerse tabaco y papel de fumar, liarlo y prender el cigarro, mientras los nacionales disparan y las balas silban y zumban al lado, y levantan polvo a los pies de los héroes.
El escritor, probablemente simpatizante anarquista, recoge o directamente se inventa estas anécdotas y, aunque no creo que se las creyera, porque son increíbles, las deja correr. Así, la persona que hace treinta y tantos años compró por cincuenta pesetas este libro las daría por bien empleadas diciendo: ¡qué verdades nos habían callado!

El problema para alguien como yo, que quiere llegar hasta lo más lejos posible de la verdadera historia, es que encontrando estos “datos” ya no es posible dar por cierto ningún otro que no esté corroborado por otra fuente seria.
Así que no sé si terminar este libro sólo para ver su literatura en  homenaje a este hombre que debía ser un buen albañil, aunque no tan excelente como el libro se molesta en mostrar, pero con su maestría en la paleta y el cemento se ganaría el respeto de sus compañeros. El maestro albañil que, poco a poco, devino en líder sindical de la CNT, que fue encarcelado varias veces y más tarde cuajaría en líder militar: le sacaron de la cárcel donde estaba preso en julio de 1936, en octubre ya era teniente coronel y en el 1938 fue ascendido a general, (todo a pesar de la preponderancia de los comunistas que marginaban a los anarquistas).
Mera no es tan famoso como Durruti, porque no tuvo la suerte histórica del martirio (1). Fue detenido tras escapar a Orán y a punto de embarcarse para América por la Francia colaboracionista de Petain y entregado a Franco cuyos tribunales militares le condenaron a muerte en  1944, aunque le conmutaron por 30 años de cárcel y le indultaron el 1 de octubre de 1946, poniéndole en libertad vigilada desde entonces, aunque consiguió burlarla y pasar a Francia el 11 de febrero de 1947 donde volvió a trabajar como albañil, muriendo el 24 de octubre de 1975, menos de un mes antes que el hombre que tan sorprendente y tempranamente le indultó, Franco. 

(1)   Buenaventura Durruti murió paradójicamente  en el hotel Ritz de Madrid, que se había convertido en  el hospital de las Milicias Catalanas, el día 20 de noviembre, (el mismo en que fue fusilado José Antonio Primo de Rivera y exactamente 40 años antes de que para hacerlo coincidir –con José Antonio no con Durruti- mantuvieran vivo y desconectaran a Franco) Durruti había sido herido mortalmente en la Ciudad Universitaria de Madrid,  entonces pleno frente de guerra, por el disparo accidental o doloso de un compañero anarquista apellidado Manzano, pero quedó como el prototipo de líder. Os añado que ya tenía un amplio bagaje con una leyenda de atracos para la causa anarquista, cárceles en España Bélgica y algún país iberoamericano, y ya en la Guerra Civil la apoteósica salida de Barcelona  pasando por Aragón y presentándose con su columna a salvar la ciudad de Madrid del fascismo que había llegado a sus puertas.




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