Compré
este libro profesionalmente ya que quiero seguir aprendiendo a escribir.
Luis Racionero es un filósofo divulgador, un conferenciante, un ensayista, y no
de los más famosos Savater, Sádaba, Marina, antes Julián Marías... . Como
escritor de ficción es desconocido. Hay varias decenas de novelistas españoles
muy admirados que podrían haber escrito un libro como éste: Landero, Millás, Javier Marías, Muñoz Molina,
Rosa Montero, por no decir Cela, Delibes, Ana María Matute, Carmen Martín
Gaite..., muchos más, que con el reclamo del nombre nos incitarían a comprar
los secretos que quisieran vendernos de este arte del que son reconocidos
representantes.
El
hecho de que Luis Racionero se atreva a dar lecciones, le da más valor, -pensé
yo- eso es que confía en el contenido. Además un analista, un crítico, puede
examinar desde la distancia mejor que el protagonista de la creación.
El
libro, al principio, me gustó mucho. Pensé “qué bien puesto el apellido de
Racionero” ¿será un sobrenombre? ¡Qué bien razona este hombre!. Luego, decae bastante, especialmente cuando
empieza a tomarse como ejemplo y nos cuenta su historia literaria, que ya hemos
dicho, carece de interés. Pero en los primeros capítulos respondía
perfectamente al título de el arte de escribir.
Por acabar muy bien el artículo, hago míos párrafos como éste:
Para fijar los matices del pensamiento
no es preciso ese vocabulario rebuscado, complicado, numeroso y rico que se
hace pasar por escritura artística, sino discernir con extrema lucidez todas
las modificaciones del valor de una palabra según el lugar que ocupa. Usar
menos nombres, verbos y adjetivos de significado casi inasible, pero más frases
construidas diversamente, cortadas con ingenio, llenas de sonoridades y ritmo
sabio. Esforzarse en ser excelentes estilistas antes que coleccionistas de
términos raros.
Supongo
que esto es lo que queremos todos, lo difícil es hacerlo siempre.
Otro.
Me gusta como lector, y me gustaría lograr hacerlo como escritor: una lectura o escritura interactiva, que va
proponiendo y haciendo caer en la cuenta, buscando la complicidad del receptor.
El siguiente párrafo vale para todo el arte, aunque lo veamos más para la
pintura, fotografía o cine:
(...)
la belleza reside en un inconsciente desplegarse, la silenciosa elocuencia de
las obras maestras. Reticencia, no explicar, sugerir siempre, sugerir y
detenerse a tiempo. La regla de oro del artista: exquisito tacto de omisión, la
mitad es normalmente más expresiva que el todo.
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