Son muchos años de leer todo tipo de cosas,
bastantes de escribir y analizar, por lo tanto cuando me enfrento a un libro,
que la mayoría de las veces es una novela, suelo reparar en la técnica, en la
artesanía, en el arte, del autor. Uno ve sus “movimientos de cámara”, sus
rampas y escalones con el tiempo, sus sinestesias, sus arabescos, que a veces
le fuerzan a releer inmediatamente para saborear y dice: ¡pero qué bien
escribe! El autor se deja notar.
Pero hay una sensación todavía mejor (bueno,
depende) y es que el lector se vea secuestrado por la novela y no desee otra
cosa sino seguir. El artificio, que siempre lo hay, le lleva a uno en volandas
y se engancha al paso de los personajes sin casi ver el paisaje, ni los hilos
de las marionetas, sin recrearse, sin reconocer al autor. La novela le devora a
uno como si fuera la sinfonía nº 40 de Mozart, sin dejarle a uno respirar
analíticamente, todo se sucede a sí mismo como si no hubiera otra opción que la
elegida por el artista (aunque pueda confundirse esto con artesanía, porque uno
no es consciente del artificio). No, va de la mano de los personajes, como si
no hubiera autor.
La novela que estoy leyendo es de un
novelista zaragozano, Ignacio Martínez de Pisón, y le agradezco que esté ambientada
en Zaragoza porque yo viví 6 meses allí, (el verano pasado volvimos a pasar
después de 13 años) y nunca me había paseado literariamente, por ese lugar tan
importante en mi vida. Soy incapaz de seleccionar nada de ella porque, ya lo he
dicho, detenerme sería como traicionar la lectura, y yo me dejo llevar.
Cuenta la historia de tres hermanas, que suena muy real, tan real que uno como varón se pregunta si esto no lo habrá tenido que escribir forzosamente una mujer, si será verdad. (Estoy deseando que lo lea mi mujer para que me corrobore que son sentimientos femeninos como parecen o que es un impostor el que narra y se lo “inventa”) porque, mientras leo desde dentro del alma de estas adolescentes en vertiginoso tránsito, no puedo sustraerme a la idea de que el autor se llama “Ignacio” y además he visto como me miraba su masculina foto en la solapa.
Pero, ya lo he repetido no sé cuantas veces
en este artículo, uno se deja embaucar por la mentira literaria con la
impaciencia de que fuera verdad. Y parece que conoce y sufre con la peripecia de estas tres
mujeres que no paran de vivir en directo para mí, aunque todo esto sólo sean
trescientas y pico páginas de un libro.
PD. Últimamente me ha ocurrido parecido con Stepan Zweig. Simplemente vivo la lectura, no me da tiempo a pensarla.
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